Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum
Nos vamos acercando hacia la Semana Santa. "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y por los siglos" (Hebreos 13-8). Jesucristo, ayer como hoy, sigue siendo objeto de indiferencia, odio y amor.
Una indiferencia de los agnósticos, del griego "agnostos", que significa "sin conocimiento". No niegan la existencia de un Dios, sino que no son capaces de ver las suficientes evidencias para demostrar su existencia. Se alejan deliberadamente del Dios cristiano, aunque entre ellas haya personas con mucho conocimiento intelectual. Son discípulos que duermen, que se dejan adsorber por Judas que traicionan y Pilatos cobardes llenos de sensualidades.
Otros indiferentes son el grupo de los ateos; no creen en la existencia de un Dios, pero no les da más lo que crean los demás y los respetan.
La corriente más peligrosa es la cristianofobia, que es la de los que odian visceralmente todo lo que concierne a lo católico, cuya religión, por cierto, es en la actualidad la más perseguida y masacrada en el mundo. Mártires que por Él se exilian o mueren ajusticiados a diario en los países islamistas o de política marxista. Con un silencio intencionado de los medios de comunicación ocultando la realidad desde las líneas editoriales intencionadamente con total indiferencia. Mientras, estos anticristianos necios y desenfrenados muestran todo su respeto y admiración hacía otras supuestas religiones, llámense islam, budismo, hinduismo...
Por último, están los apóstoles que adoran a un Dios que predican agradecidos, que le proclaman Rey. A los cual Él da la gracia con un don gratuito y misericordioso a través de Jesucristo. Mujeres y hombres que le acompañan sin cesar fieles a recibir sus parábolas y las cumplen. Y hago mención especial en estos tiempos de endiosamiento humano que les toca vivir a los jóvenes que buscan un conocimiento verdadero. "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome la cruz y sígame" (Mateo 16-24).
Y no seamos necios fariseos haciendo grandes alardes en esta Semana Santa para después vivir el resto del año como si el Señor no existiese.
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