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Purgando penas y deslices

13 de Abril del 2025 - Rufo Costales (Oviedo)

Empiezo con la premisa de que soy una persona con muchos defectos. Es una premisa que todos los que conozco y me conocen aceptarán. Incluyéndome a mí. Especialmente yo. Esto no es mera modestia, sino la realidad de mi vida.

Últimamente, leer prensa o ver televisión se ha vuelto tan deprimente que, en buena lógica, probablemente debería dejarlo por un tiempo.

Me he vuelto demasiado adicto a los temas políticos, y eso hace que a veces me cueste dejarlo. Pero nada de esto de guerra nuclear, catástrofes naturales y del fin del mundo me ayuda. Parece que tampoco hay ninguna solución... O nos matan a todos o terminamos como esclavos.

Cuando era joven, el futuro me parecía un peso tremendo sobre mis hombros. Cada mañana me despertaba con la presión de conseguir logros admirables en mi vida profesional y en el amor. Sobre todo en el amor.

Todavía recuerdo con nostalgia que, allá por los años ochenta, compartí un corto noviazgo con una diosa gijonesa marcado por una incómoda particularidad: ella tenía un perro caniche de nombre "Rufo", ¡vaya por Dios!

Nublado mi raciocinio por el amor inmarcesible, aguanté un tiempo esta ignominia por su parte y por fin, agotada mi paciencia, le di un ultimátum: "O el caniche o yo".

El principio de reciprocidad saltó por los aires como una bomba de racimo cuando ella me contestó que me quería más a mí, pero elegía al caniche.

A punto estuve de abrazar el espíritu equivocado, es decir, el alcohol y la droga, pero entendí a tiempo la magnitud de la tontería de la que, afortunadamente, me recuperé pronto.

Desde entonces, incapaz de superar el trance, me dediqué a buscar evidencias negativas de las féminas que fortalecieran mi debilitado ego masculino y retomé una antigua relación tóxica.

Cuatro días, y a seguir dando tumbos (como Harrison Ford), en busca de la felicidad perdida.

Confieso que si fuera un alborotador de sillón, imaginando a la gente prendiendo fuego a furgones antidisturbios de la policía, a policías antidisturbios huyendo en desorden ante una multitud furiosa equipada con cascos, máscaras de gas y grandes palos (como en Paiporta), al son de música punk hardcore, todo sin salir de la lujosa comodidad de mi sillón de cuero no vegano, entonces sería un apestoso rufián carcelario antiespañol, pero el destino ha girado y he encontrado el amor.

Tengo que decir que mi actual pareja y yo somos felices porque todas las semanas nos regalamos una salida nocturna: un poco de luz de velas, una cena, música suave y baile. Ella va los martes, yo voy los viernes, pero nuestras familias lo entienden y lo bendicen.

Ahora reconozco haber devorado todos esos años como un fumador de marihuana hambriento que termina un gran frasco de cacahuetes salados, y estoy libre de pesadas expectativas, esperanzas e ilusiones. ¡Qué alivio!

Saludos cordiales.

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