En honor de la verdad
En la edición impresa de LA NUEVA ESPAÑA del domingo 20 de abril del presente año, he leído un artículo firmado por Jesús G. Maestro, a la sazón catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Vigo, en el que vierte, entre medias verdades, que son la peor forma de mentir, acusaciones contra lo que él llama "nuestros abuelos", basadas en meras suposiciones personales, probablemente viciadas por ocultos intereses personales, que en absoluto se corresponden con la realidad. Proclamar en un medio como el citado que estas venerables personas, una mayoría suficientemente preparada, con alto nivel de formación y experiencia contrastada, quienes, con su gestión y esfuerzo, han contribuido a situar a España en el mundo en que vivimos, nada menos que están tratando de movilizar a sus nietos y nietas (que nadie me tache de no utilizar un lenguaje inclusivo) para "gestionar obediente y eficazmente una maquinaria militar" (sic); de enviar al frente (supongo que se referirá al de batalla) a una generación de nietos inocentes, me parece, sincera y llanamente, no solo una desmesura, sino un intolerable atrevimiento. Un delirante despropósito propio de un sectarismo ciego que pretende desvirtuar la realidad con el fin de llevar la opinión pública a su terreno. Lo que en realidad estos abuelos hacen, en su mayoría, es educar a sus nietos en valores, algo que, desgraciadamente, ya ha dejado de impartirse en los colegios, amén de enseñarles historia de España, la real, no la oficial, torticeramente tergiversada por la "troupe" gobernante, expresamente diseñada para el adoctrinamiento de nuestra infancia y juventud.
¡Ah! Por cierto, los hechos que narra el autor del artículo, acontecidos en Salamanca el 12 de octubre de 1936, que no sé a qué vienen a cuento, tampoco están probados. En el choque entre Unamuno y Millán-Astray, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, durante una ceremonia de la por entonces llamada "Fiesta de la Raza", aniversario del descubrimiento de América, en el marco de la Guerra Civil española, no fue el citado militar el que pronunció "¡Viva la muerte!", sino alguien del público asistente a este acto, que lo hizo en el momento en que pedía el uso de la palabra mientras su escolta presentaba armas. Tampoco está rigurosamente documentado que el general Millán-Astray pronunciase la frase "¡Mueran los intelectuales!". Según otras versiones, entre ellas la de su propia hija, lo que exclamó fue que "Si la inteligencia sirve para el mal, muera la inteligencia". Sea como haya sido, lo que nunca se puede afirmar es nada que no esté suficientemente probado, salvo particular interés, claro.
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