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Fidelidad vs. modernismo

14 de Febrero del 2009 - Martín Castro Masaveu

No son pocas las ampollas levantadas en los últimos tiempos alrededor de la escenografía operística en la ciudad de Oviedo. Tiempos turbulentos de fuerte viento y marejada galopante en torno a una escena criticada y alabada, amada y odiada, pero que casi nunca deja indiferente al aficionado de a pie como el que suscribe.

Una puesta en escena como las de antaño (y no hay que remontarse mucho en el calendario) nunca hubiera generado un análisis tan pormenorizado y minucioso por parte de la butaca como sucede en la actualidad.

Algo se está moviendo, y vaya si se mueve, pero debemos saber que la revolución escénica no es patrimonio íbero, sino más bien al contrario. Oviedo simplemente se va sumando representación tras representación, producción tras producción, a esa «new wave» que inunda poco a poco los teatros del mundo occidental (y no tan occidental) y que no parece tener vuelta atrás, al menos a corto plazo, o si no que se lo pregunten a los alemanes de Frankfurt.

Desde un punto de vista purista se podría argumentar que los grandes compositores crearon sus obras para ser representadas en un marco muy concreto, delimitado espacial y temporalmente, y que cualquier giro modernista o variación visual en general supondría una tergiversación o una violación torticera de la idea primigenia del músico. Este posicionamiento podría tener cabida en casos como el de Wagner o el mismísimo Verdi, auténticos ángeles custodios de su escena, pero no así en muchos otros compositores.

Es comprensible el afán de preservación de aquello que se ha mantenido incorruptible con el paso de los años y de los siglos. Es lícito e incluso elogiable enarbolar la bandera de la tradición, pero… ¿a qué precio? ¿Se imaginan un «Rigoletto» en el año 2158 en nuestro amadísimo Campoamor manteniendo los mismos decorados y ambientaciones ideados en su momento por el gran Giuseppe? Pienso que, salvo brillo de divo esporádico, la probabilidad de que el patio gozara semivacío cobraría muchos enteros o si no echemos la vista atrás a la Germania de no hace muchos años. La reiteración representativa acaba suponiendo tedio o resignado acomodamiento sin ilusión por la frescura de lo nuevo.

Cierto es que los movimientos pendulares nunca han dotado de estabilidad al entorno que los padece, pudiendo llegar a ser traumáticos y, en ocasiones, nada recomendables y menos en una ciudad que, para bien o mal, tarda en digerir la metamorfosis. Cierto es que no hay que pasarse con los esnobismos en un vano intento de protagonismo narcisista que acaba generando una completa confusión argumental al vestir de comadrona (y hacer de ello) a una humilde bruja de pañuelo en ristre y pendientes ensortijados como debería en su condición de tal.

Subtítulo: Una mirada que quiere ser objetiva a la polémica suscitada en torno a la escenografía de la ópera de Oviedo

Destacado: No nos quedemos parados, pero tampoco pretendamos pilotar un avión cuando estamos aprendiendo a utilizar el triciclo

El avance de los tiempos es también el avance de las producciones y una cosa no riñe con la otra, sino que marida a las mil maravillas si sabemos manejar tal mixtura de forma adecuada. No nos quedemos parados, pero tampoco pretendamos pilotar un avión cuando estamos aprendiendo a utilizar el triciclo.

¡Bravo por la sana controversia que mantiene vívida la realidad músico-teatral carbayona! Pero, por favor, sin desmanes pateriles ni voceríos salidos de tono, que para eso el tono es cosa de los escenarios.

Martín Castro Masaveu,

miembro de la junta directiva de la Sociedad Filamónica de Oviedo

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