Antonio Pelayo, magistral periodista y sacerdote
¡Exequias por Bergoglio. Toda esta magnificencia del acto de las exequias: pompa, boato, grandeza a discreción pero sin pisar la raya ni salirse del tiesto.
Magnificencia y munificencia dentro de la austeridad. He gozado sobre todo con las crónicas en la Cope y Antena 3 de Antonio Pelayo. Un tour de forcé, un no va más.
Revelando el lado humano del pontífice difunto. Los jesuitas siempre tienen una cara oculta, el lado que no se hace patente y Antonio lo ha descubierto.
Al argentino le gustaba el vino y con un gesto avuncular le regaló al periodista una caja de botellas de vino de Mendoza.
In vino veritas y cuando no hay remedio litro y medio, decíamos ayer, pero Cristo quiso quedarse con nosotros en el pan y en el vino. Y ello forma parte del misterio eucarístico del gran enigma trinitario.
Antonio Pelayo fue compañero mío en Comillas en el curso 1959-60, tercer año de Retórica.
Iba detrás de mí en la lista y formaba parte de la terna cuando los seminaristas salíamos en la "deambulatio" de los jueves y domingos por los alrededores de aquel lugar maravilloso: Ruiloba, Oyambre, San Vicente de la Barquera.
¡Cuántas veces habremos subido la Cardosa bajo los tamarindos seculares y cantado la Salve Regina en el campus del Maris Stella!
Creo que aquello imprimió carácter. Pelayo era uno de los destacados en Latín y en Literatura. En las clases del padre Martino sacaba a unas notas excepcionales. Nueves y dieces. También en las clases de Física y Química que daban el padre Cabezas y el padre Rabago.
Yo, a mi pesar, en Matemáticas era un inútil, coleccionaba suspensos y padecí una crisis de crecimiento de adolescencia.
A causa de mi pituitaria subí varios palmos de estatura y la sotana me quedaba pesquera. Así que tuve que resignarme al pelotón de los torpes. Con Bedoya y Santos y algún otro más.
Comillas era entonces una fábrica de obispos y a mí no me entusiasmaba eso de la idea episcopal pues siempre fui anárquico y me gustó ir a mi aire. Esta fue una de las razones por las cuales el padre Eguillor, que era un vasco muy cruel, me mandó para casa y decidí volver a mi seminario segoviano.
Pero aquel año en Comillas fue crucial en lo que se refiere al amor que siempre sentí hacia la Iglesia, pero he aquí que encuentro una frase en el Evangelio que explica este misterio: "Los últimos serán los primeros", y he aquí que como periodista yo alcancé la meta soñada ser corresponsal en Londres y en Nueva York. El rechazado, el díscolo, el rebelde, el del último banco de la clase.
Pelayo era el primero de la clase y fue uno de los dos que cantaron misa en aquel curso: él y Aramburu, un vasco que luego colgaría los hábitos.
Fuimos los últimos de Filipinas. Se acabó lo que se daba.
Se produciría la desbandada que dejó vacíos los seminarios. Leí el otro día en un artículo de Infovaticana un comentario que me puso en pie de guerra cuando el autor acusaba a Pelayo de ser un cura de los setenta lleno de caspa.
Y Pelayo, mi coetáneo, conterráneo y mi compañero de terna, aunque yo no comparta algunos de sus puntos de vista no está lleno de caspa.
Es un periodista magnífico, un aristócrata vallisoletano, eximio vaticanista, conocedor de los entresijos del poder, que posee mucha clase y una elegancia poco común en este ambiente zafio de nuestros días.
No lo digo porque seamos de la misma quinta, octogenarios, sino porque a pesar de las diferencias pervive en nosotros el fuego sagrado que la mano divina encendió en nuestra alma en aquel seminario de Comillas, un farallón, el antemural del pensamiento católico, hoy en crisis pero que resurgirá igual que Cristo al tercer día.
En fraternidad de armas mando desde este humilde blog un abrazo al estimado sacerdote y periodista con mi felicitación por la magistral cobertura del final de Bergoglio, este Papa contradictorio que ha suscitado tanta controversia y tanto amor por parte de los desheredados.
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