El Neptuno pide consenso
Los ovetenses asiduos o no al Campo de San Francisco de Oviedo saben a qué me refiero. Hace unos días el profesor de Arte de la Universidad de Oviedo don Lorenzo Arias Páramo encontró en el entorno vegetal de la estatua de Neptuno la cola del tritón que sirve en parte de la base del dios. El Neptuno, en los tres años en los que lo han ubicado en el lugar actual el alcalde de Oviedo, don Alfredo Canteli, y el exdirector del Museo de Bellas Artes don Alfonso Palacios, ha perdido el tridente, tiene desperfectos catastróficos en la muñeca de la mano izquierda y ahora le han roto el rabo del tritón. Le queda aún la corona y la púdica hoja de higuera, de parra, o de arce que cubre sus atributos varoniles.
Recuerdo de niño, y voy camino de los 79 años, cuando los niños de finales de los 40 o principios de los 50 del pasado siglo jugábamos en el Montiquín amparados por la figura de Neptuno, que nos parecía un dios familiar entrañable, compañero de nuestros infantiles juegos. Nunca se nos ocurrió que nosotros, solos o en compañía de otros, pudiésemos atentar contra la divina figura del dios. Y, es más, en los creo que 60 años que estuvo en el Montiquín, nadie osó atentar contra la estatua de Neptuno.
Cuando fue recuperado después de largos años sirviendo a intereses particulares, sin constancia de trasmisión o cesión formal de un bien público, recuperación que tuvo un coste de 12.000 euros, y estuvo escondido una vez adquirido en unas dependencias del Bellas Artes, la Junta General del Museo de Bellas Artes decidió, por unánime acuerdo de sus miembros, y a propuesta de don Leopoldo Tolivar Alas, insigne catedrático de Derecho Administrativo y presidente de la Academia de Jurisprudencia, bisnieto de Leopoldo Alas, "Clarín", reubicar la estatua de Neptuno en su lugar original, que no es otro que el Montiquín del Campo de San Francisco de Oviedo.
Ese acuerdo unánime -fundamentado con seguridad en la obligación legal de reponer las cosas a su estado anterior-, y que administrativamente se convierte en un acto firme de un órgano colegiado, fue vulnerado, sin más, por capricho de don Alfredo y de don Alfonso, antes citados, y se reubicó en el lugar en el que recientemente recibe toda suerte de descalabros.
¡Buen ojo han tenido don Alfredo y don Alfonso! Y no vale que digan que no fueron advertidos, pues me consta que contra esa vulneración del acuerdo unánime de la junta de gobierno del Bellas Artes se recurrió solicitando que se recapacitase y se reubicase el Neptuno en el Montiquín, donde, como digo, en 60 años fue total y absolutamente respetado.
No me vale, como creo recordar que algún ilustrado ha manifestado, que como en él hay una especie de parque infantil la desnudez del Neptuno pudiese ejercer una influencia negativa a la vista de los angelicales infantes.
Tan solo con pasar la mirada por la plaza del Carbayón se ve una serie de varones vestidos totales con la única piel que Natura les dio, mirando a la trasera del teatro Campoamor, y nadie se ha rasgado las vestiduras; y no se me diga que no pasan infantes, de ambos sexos, por el centro de Oviedo. Curiosamente esas figuras viriles han sido instaladas por otro alcalde de Oviedo, don Gabino, también del mismo partido que gobierna en Oviedo, ofreciendo el trasero de las estatuas a la que fue casa de don Gabino.
Por ello, sin acritud alguna, ruego, pido, solicito, e incluso si es preciso me postro de hinojos, para que el alcalde de Oviedo, el director y la junta general del Museo de Bellas Artes, y el Principado de Asturias, habida cuenta de que el Campo de San Francisco es también jardín histórico, concilien y logren un "consenso" para reubicar el Neptuno en el Montiquín, y con agua, como lo era antiguamente, y no en seco como está ahora. Los ovetenses lo agradecerán.
Si en 60 años en el Montiquín se respetó total y absolutamente la estatua de Neptuno, y en 3 años se le ha destrozado, en parte, en su nueva ubicación, la conclusión es tan clara como el agua que actualmente le falta al dios Neptuno.
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