Común unión o cisma
No tiene sentido hablar de la casa común cuando «el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita» (Joseph E. Stiglitz). «Si quieres ser perfecto, anda, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, luego ven y sígueme. Mas al oír esto el joven se marchó triste, porque poseía muchas riquezas» (Mateo 19, 21-22).
Un cierto grado de desigualdad es necesario porque su incremental da fuerza al movimiento permitiendo avanzar; pero un exceso aumenta la indignación y el impedimento, resultando socialmente destructivo, al provocar la violencia de la guerra al ir algunos sobrados de poder y recursos contra los otros. Harán la guerra porque simplemente pueden y creen poder permitirse esa inversión: ya que el progreso científico y el tecnológico siempre avanzaron mucho más durante las guerras. Lógicamente es un disparate disponer de ella como fuente de progreso. La guerra enfrenta vida y muerte, siendo la mayor de las desigualdades que se puede llegar a experimentar el matar para poder vivir. Cuando llegue la gran desigualdad entre las vidas fáciles que decrecen y las vidas difíciles que crecen exponencialmente, se abandonará toda prudencia y, si ocurre entre estados nucleares, otra biosfera sería posible tras la muerte de la vida. ¿Qué sería entonces de la casa común de todos? Esta claro que si no vemos el peligro, no sabremos apartarnos.
Ha muerto el Papa Francisco, misionero de cambios en la Iglesia, que exhortaba al amor, el perdón y la tolerancia. El emérito Benedicto XVI escribió: "Caritas in veritate", y Francisco I escribió: "Laudato Si" y "Fratelli tutti". Defendían la casa común combatiendo desigualdades para proteger a ese 99% cargado de necesidades. Sin embargo, un misterio rodea la muerte de Juan Pablo I y la renuncia de Benedicto XVI. Ahora, el ala dura anuncia un cisma si se elige un Papa continuista de la misión liberal de Francisco. Acaso se pretende la vuelta al rigor fariseo que tanto desagradaba a Jesús. El cual, con su vida, expresó la máxima tolerancia al dejarse crucificar (como hombre hubiera podido evitarlo, como Dios ni os cuento) y nos dejó una única norma: amar a Dios y al prójimo. Este mundo necesita innovación y cambio para alejarse de la maniquea norma de enfrentar lo mío contra lo tuyo. Un mundo donde si fracasa el maniqueísmo triunfa, para más inri, la falta de ética: bueno o malo no importa si caza ratones. ¿Quién será faro para este mundo? Nos amenazan guerras, fanatismos, nacionalismos, migraciones, cambio climático, enfermedad, hambre... Necesitamos un Papa capaz de innovar y moverse resueltamente con visión y discernimiento, para liderar la conciencia del mundo. No son relevantes los objetos (la cruz de Cristo era de madera y no de oro) sino la conciencia humana por los desposeídos.
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