Crónica de un apagón
-"Esto ye en toda Europa, dicin que en Alemania y Bélgica también. Ye en todos los países".
-"Vaya atentao más bien montao, como la chapuza del Nordstream".
-"Pues nada, aquí na terraza'l Cundo ye onde mejor se ve, ja, ja, tol mundo pa la terraza."
-"Va, yo paso de ir a clase, vuelvo pa Gijón, si llega el fin del mundo que me pille en la playa".
Así me enteré del primer bulo, el apagón de Occidente. Unos instantes antes, en el funeral por el Papa Francisco en la catedral de Oviedo, se fue la luz en plena homilía, al rato empezaron las llamadas entrecortadas y la señora delegada del Gobierno salía apresurada de una catedral en la que aún no se sabía nada.
Tenía especial interés por ver qué decía el Arzobispo, tan polémico en muchas de sus declaraciones, pero al final no pude escuchar nada de eso; tan solo al coro sin altavoces, la reverberación en los muros y hasta la luz que en las vidrieras parecía tener cierto sonido dentro de un edificio, como antiguamente, alumbrado solo por la luz de los cirios.
En la calle, fuera del primer nerviosismo, del ambiente algo enrarecido, se respiraba tranquilidad. El humor asturiano trabajando a pleno rendimiento para describir la situación en los corrillos en la calle y la gente comprando o yendo a comer, tratando de encontrar una radio para enterarse de algo que no fueran chistes de Putin, los alienígenas... o el fin del mundo.
La tarde fue de domingo, pero un domingo antiguo, con la gente paseando por la calle, tomando algo en las terrazas con pachorra, jugando en el parque, haciendo deporte o charlando al aire libre con quien se tenía al lado. Los coches circulaban sin semáforos con normalidad, dejando pasar a los peatones. Había un cierto bucolismo en todo aquello, tanto que al encenderse las luces en una terraza vociferaron: "Noooo".
Quizás sabemos seguir funcionando sin electricidad, quizás la gente sabe usar los pasos de peatones por inercia, quizás aún se puede charlar en corrillos o jugar en el parque. Quizás la misma sociedad que creó las noticias de ciberataque, guerra y fin del mundo sabe vivir con un civismo innato, natural. Quizás solo necesitábamos una tarde de desconexión.
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