Hesíodo

8 de Marzo del 2011 - Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez Maldonado (Luarca)

No hay noticias de si, en aquel día aciago, estaban presidiendo, cabe los seis arcontes custodios de las costumbres y leyes, el arconte epónimo, el polemarca y el jefe religioso; tampoco sabemos si los miembros del areópago atendieron debidamente a la rectitud del proceso judicial y de la actuación de los magistrados; sí, en cambio, poseemos conocimiento detallado de la defraudada expectativa de Hesíodo en el tribunal.

No está claro cuál era su condición social, si de familia noble o agricultor pequeño propietario. Lo que nos consta es que la inexistencia de un cuerpo de leyes no le dejó indiferente y que la altura moral de un jurado, débil al soborno e inclinado a la versión sesgada de las costumbres, es el motivo de su desconfianza en el orden político y jurídico que, en suerte, le ha tocado vivir.

Consciente de la maldad que anida en el corazón de los hombres, se muestra menos transigente con quienes no ofrecen resistencia a la iniquidad: a su entender, pues los magistrados son hombres de pensamiento vacilante y oprobiosos seres y, a sus ojos, pastores rústicos y sólo estómagos aquellos que alimentan sus almas con muchas mentiras semejantes a verdades. Es su esperanza que las mentes claras doten a la patria de una constitución inspirada en las ordenanzas y prudentes costumbres de todos los inmortales.

Dos son las divinidades de las que habla: Eris provechosa y Eris reprochable. A quien a Eris provechosa acude y ahora con su disciplinado trabajo la divinidad le procura vida holgada y logros personales, y de ella oirá el precepto de no aceptar regalo de los dioses. De Eris reprochable es el altar de la holganza; al ambicioso que a ella acude en las malas artes le instruye, y suyas son las disputas en el ágora, el perjuro en los tribunales, las torcidas sentencias en el consejo, las dádivas a los jueces, la locura de los reyes, el desafuero de los magistrados.

En las horas de soledad ora a Zeus, el que empuña el cetro; a Metís, la que más conoce de los dioses y de los hombres mortales; a Atenea, la de prudentes consejos; a Temis, la madre de Eunomía, la que dicta buenas leyes; de Diké, la que vigila para que los veredictos de los reyes sean justos, y de Irene, la de la civilizada convivencia y la prosperidad de la ciudad.

Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez

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