Sidra y turismo

6 de Marzo del 2011 - Carlos Cuesta

Hablar de sidra es referirse indefectiblemente a Asturias. A esta tierra verde y norteña, ahíta de tradiciones y leyendas. Y ese néctar procedente de la manzana, que forma parte de la simbología y la idiosincrasia de esta región, supone todo un paradigma y referente de lo que representa y es actualmente el Principado de Asturias. Por lo tanto, sidra y Asturias son dos realidades perfectamente ensambladas.

Y si nos adentramos en el turismo, esa actividad emergente que cada vez tiene más cuerpo y forma en el sector servicios regional, la sidra tiene un hueco esencial en esta realidad. Creo que este genuino producto significa un hecho diferencial de primer orden. Es historia, cultura, simbología, ambiente, fiesta, unión y todo lo que usted quiera añadir a esta estupenda y diurética bebida que anima el cuerpo y satisface el espíritu y en general forma grupo y tertulia. Estrabón y Plinio, aquellos romanos cultos y estudiosos de lo nuestro, ya mencionaban la sidra como «una bebida muy frecuente entre los indígenas, especialmente en fiestas familiares. Una especie de vino de la manzana que lo toman las diferentes tribus de este país».

Subtítulo:Las espichas como gran aliciente para los que nos visitan

Destacado: Parece nítido y veraz que los asturianos venimos bebiendo sidra, por lo menos, desde un siglo antes del comienzo de la era cristiana

En suma, parece nítido y veraz que los asturianos venimos bebiendo sidra, por lo menos, desde un siglo antes del comienzo de la era cristiana. Es decir, hace más de dos mil años.

Y en toda esta historia, la sidra se abre como un producto natural que refleja la Asturias de siempre, la de los montes, ríos, valles, mares y, por supuesto, los pomares. Es nuestra seña de identidad y la que nos marca directamente el ser asturianos. Y a mucha honra, en verdad.

Por lo tanto, la sidra de naturaleza asturiana, la de los modernos y auténticos lagares con una calidad cada año más contrastada, está jugando un papel decisivo en la proyección del turismo. Actualmente, las sidrerías –qué importancia tendría la marca de calidad–, esos templos del buen servicio y escanciado sidrero, acogen a innumerables aficionados a ese néctar sabroso y refrescante, con un golpe de acidez, que gustan de esa bebida. Y los visitantes, enmarcados en turistas al uso habitual o viajeros culturales, se animan a conocer, así a fondo, todo el ritual de la sidra, desde el escanciado hasta el último culín servido. Y toda esa parafernalia en torno a la bebida astur contribuye a hacer turismo auténtico y, sin duda alguna, es un atractivo para el foráneo que llega a Asturias con la ilusión de observar el magnífico paisaje, la cultura ancestral de un viejo pueblo y, por supuesto, sumergirse en la sidra y en la contundente gastronomía de que hacen gala la restauración o los restaurantistas del Principado.

En estos momentos, sidra y turismo van de la mano. Y si toda la historia de la sidra la llevamos a una espicha para que el forastero se empape de furor culinario, ánimo exultante y placer sidrero, pues mejor que mejor; una realidad palpable que bien la saben los expertos sidreros Ceferino Cimadevilla, José María Osoro, Ceferino Montañés o José Manuel Barredo, personas ponderadas, elocuentes y que disfrutan del néctar ambarino como nadie lo hace, en todas las ocasiones, con estilo, conocimiento y crítica constructiva. Y, en este sentido, la espicha es con certera claridad el mejor exponente para conocer la identidad ambiental y festiva de los asturianos. Comida y bebida en perfecta simbiosis para deleite de todo hijo de vecino y si es de allende los puertos de Pajares o Tarna, mucho más clarividente y promocional. Y después de tanto condumio con cientos de culines sacados del tonel o escanciados per se, se comienza a glosar la calidad de la sidra, se exalta a la amistad, a la vida misma, a la circunstancia que nos rodea y en ese momento trascendental el sidreru o llagareru nos anima con su verborrea para la ocasión y todos nos volvemos sentimentales, sinceros y un poco concupiscentes... Es el resultado de probar una buena sidra en un buen ambiente relajado y cargado de razón animosa, léase el Gobernador, Cortina, Fran de Viuda de Angelón, Trabanco, Manolo Riestra, Viuda de Corsino, La Nozala o la Sidrerurgia de Naves, por poner unos ejemplos claros y certeros. Todo lo demás se lo dejamos a los forasteros, que tras unas horas inmersos en el sabor y olor sidreros se marchan con una idea de Asturias atrayente y promocional. Y es que la sidra preñada de sabor y nivel organoléptico supone para el turismo todo un acicate, valor, modestia, esfuerzo y nobleza, y, sin duda, es el producto estrella que hay que mimar, cuidar y darle altura. Y Asturias sin su sidra natural, plena de calidad, carece de identidad y proyección. Es nuestro ADN particular. Asturias, paraíso natural, con golpes de sidra. Y además, lo dice todo el mundo… hasta los vascos, tal es el caso del cocinero José Mari Arzak, que una vez me comentó que el Principado tenía la mejor sidra del mundo, la envidia de todos ellos. En fin, lo bueno y trabajado, dos veces bueno.

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