La elección de un americano tranquilo
The quiet american Prevost, el nuevo Pontífice, me recuerda el título de una novela de Graham Green.
León XIV, ocho papas, toda una vida. Este no sé si será el último, pero el el Papa que necesitamos. Parece inteligente, piadoso, misionero y muy bien preparado.
Parece ser que su designación estaba cantada de antemano y sotto voce que los aguerridos diplomáticos vaticanos arriman su ascua a la mejor sardina. Conscientes de dónde está el poder.
Nada de que bajara anoche el Espíritu Santo en forma de paloma a la Capilla Sixtina.
Una gaviota curiosa, entrometida, sí que vi alargando su pico al borde de la chimenea de las fumatas.
En principio, Prevost, el norteamericano de ascendencia española, no ha debido de causar mala impresión. Es agustino, una de las órdenes más antiguas, con carácter intelectual y monástico. Fundada por el obispo de Hipona, aquel cartaginés que estuvo enamorado de una negra esplendorosa y que le dio un hijo por nombre Adeodato.
Aquel que vertía lágrimas de arrepentimiento: "Señor, qué tarde te conocí". Sus "Confesiones" ha sido uno de los más leídos de todos los tiempos. Trevor Prevost me recuerda el título de una novela de Graham Green, "The Quiet American". Reposado, tímido, con cara de buena persona que habla de paz y tender puentes y se dice depositario del legado de Bergoglio, pero por carácter y modos está en las antípodas de su predecesor. Es mucho más elegante, frío y distante.
Lució la estola de seda y la muceta canónica en su salida al balcón para la bendición urbi et orbi, magnum gaudium nuntio vobis papam habemus.
Con este son ya ocho papas los que he visto desfilar bajo la torre del Campanone; en 1958 yo era un latino imbele que saltaba por la huerta del seminario cuando el padre Topete por Radio Vaticana anunció la elección de Roncalli y pegué un brinco que casi toco con la cabeza la quima de aquel moral milenario plantado por los romanos en la huerta Carchena del seminario de Segovia.
La de Pablo VI, 1963, tras la muerte de Juan XXIII, no la recuerdo muy bien, pues había estado de vinos por la tabernas de Cuatro Caminos y arrepentido me fui a confesar con un capuchino del Cristo de Medinaceli.
En 1978 me pilló el cónclave en Staten Island, Nueva York, y en aquella televisión de muchas pulgadas que teníamos en la sala apareció Walter Cronkite para anunciar el resultado de la votación: todos los votos fueron para aquel obispo italiano de la sonrisa, Juan Pablo I.
Su pontificado duró 33 días, la edad de Xto, y otra vez el insigne locutor de la NBC desde Roma radió la llegada del Papa polaco. Vi su entierro en un bar de Reina Victoria.
Ratzinger fue el Papa que me hizo mayor impresión, y muy querido desde el punto y hora que la Bestia empezó a llamarle el doberman alemán, y cuando se refirió en un discurso en una Universidad a la islamización como uno de los peligros de la cristiandad europea todos los canes que guardan la finca de Nostramo se le echaron encima para desgarrarle la sotana.
Al fin tuvo que abdicar. Francisco, grandes esperanzas. A la sazón, iba yo en el metro y me crucé con unos argentinos judíos que me dijeron: ahora en la Iglesia todo va a cambiar.
No sé, no sé, repuse aquella mañana de primavera de 2013 en Madrid.
Acertaron aquellos turistas, porque la SRI parece estar patas arriba.
Ya expresé en esta bitácora el criterio que me merece Bergoglio, pero, como no hay mal que por bien no venga, él fue determinante para que yo reencontrara mi fe en la Iglesia ortodoxa rusa. Y por último la de ayer.
Me había ido a cortar el pelo con una peluquera que se llamaba Mónica (un presagio) y le hablé de Santa Mónica, madre de San Agustín, mira por dónde, y a eso de las seis me puse con mi mujer a esperar la salida al balcón del nuevo Pontífice lleno de paz y de salud y bienandanza. Parece un buen tipo.
Son ocho papas los que me llevo conocidos. Toda una vida. Los papas vienen y van, suben y bajan, y después de uno malo adviene otro bueno que le enmienda la plana.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

