Adiós, Pepe
Con la partida de José "Pepe" Mujica, el mundo pierde a uno de los últimos referentes de la política entendida como servicio y no como privilegio. Su vida fue un testimonio incómodo para quienes normalizan la corrupción y el despilfarro: "El pobre no es el que tiene poco, sino el que necesita infinito para vivir", y un tratado de coherencia: "El perdón no es olvido, es no usar el pasado como un garrote", decía este exguerrillero que sufrió catorce años de cárcel y luego gobernó sin rencor.
Tal vez su legado más perdurable sea el ejemplo de que el verdadero bienestar no se mide por lo que poseemos, sino por lo que somos capaces de compartir. Como él mismo afirmaba: "La pobreza no viene por tener pocas cosas, sino por desear muchas."
Hasta sus adversarios reconocieron su talla moral; el expresidente colombiano Álvaro Uribe, con quien discrepó en casi todo, admitió: "Mujica fue un contradictor leal que jamás usó el dolor ajeno como bandera". Este elogio cruzado revela por qué trascendió ideologías: prefirió dialogar con quienes lo odiaban a predicar para los convencidos.
Su legado desafía nuestro presente, intoxicado de crispación. En tiempos de redes sociales donde el insulto da "likes", él enseñó que "la única venganza feliz es cambiar el mundo sin convertirse en lo que se combate". Hoy, cuando muchos confunden firmeza con intransigencia, su ejemplo sigue vigente: se puede ser radical en las ideas y generoso en el corazón.
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