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Los vaivenes del urbanismo gijonés

15 de Mayo del 2025 - Rubén Álvarez Vázquez (Gijón)

Como en otras ciudades y coincidiendo con el desarrollismo auspiciado por el régimen franquista, en los años sesenta y setenta se derribaron sin miramiento muchos edificios decimonónicos para sustituirlos por construcciones de mayor volumetría y, por ende, rentabilidad económica.

En aquellos tiempos todo lo anterior a 1900 se consideraba muy viejo, desfasado, sin valor alguno y, en ciertos casos, hasta se tachaba de "decadente" o "recargado". Primaba lo práctico y funcional, aunque la estética fuese mejorable.

Ni que decir tiene que estamos hablando de edificaciones de la burguesía y la clase acomodada. Las casas donde habitaban los obreros, a veces en condiciones vergonzantes, desaparecían también sin que nadie, por razones obvias, lamentara su desaparición.

Las corporaciones democráticas dieron, como se dice coloquialmente, la vuelta a la sartén y empezaron a catalogar y valorar los edificios finiseculares que habían sobrevivido milagrosamente a los constantes envites de la piqueta.

Sin embargo, aun cuando este cambio de tendencia sirvió para rescatar del olvido muchas fachadas de mérito, enmascaradas durante décadas por la mugre producida por los humos industriales y la falta de mantenimiento, también es fácil de constatar que los catálogos urbanísticos han sido un tanto caprichosos a la hora de discernir lo que se debía conservar, o no.

Inexplicablemente, en el caso de Gijón, varios edificios que merecían el "indulto" de los urbanistas han desaparecido ante la indiferencia general. Recuerdo un precioso chalet de estilo francés, "Villa Julia", en la esquina de la carretera de Villaviciosa con la calle Gregorio Marañón, que sobrevivió hasta los años 2000 funcionando como residencia de ancianos y fue sustituido por un feo bloque de viviendas que solo conservó de su antecesor un enorme magnolio y parte de la verja del jardín. El viejo chalé nunca mereció la compasión del catálogo urbanístico.

Otro caso sangrante fue el de la casona de la calle Recoletas (siglo XVI), ocupada por el Colegio de Arquitectos. Recuerdo que a finales de los noventa visité una exposición en su interior y me maravilló la señorial escalera, la sala principal con artesonados, vidrieras y una chimenea con el blasón de los propietarios. En su mayor parte eran elementos añadidos en una reforma del XIX, pero le daban un peculiar ambiente al edificio. Huelga decir que el Colegio vació completamente el interior de la casona, conservando solo la fachada y añadiendo un antiestético recrecido. El catálogo municipal ni estuvo ni se le esperó jamás.

El cuartel de Zapadores de El Coto, de actualidad estos días por su aniversario, tenía una hermosa escalera con barandillas de forja, decorada con el escudo del regimiento. Con el acondicionamiento del caserón para centro municipal se modificó radicalmente la estructura del interior, borrando casi todas las huellas de la historia militar del complejo. La escalera acabaría en manos de cualquier chatarrero.

La "Gota de Leche" tenía una maravillosa verja modernista que cerraba el recinto y complementaba la estética del hermoso edificio hoy sede de los Servicios Sociales. La última "rehabilitación" arrinconó la verja en algún almacén municipal, manteniendo la portada principal y su pomposo nombre, "Casa del niño", absurdamente aislada del resto de la construcción, remedando una especie de "puerta de Alcalá" en versión Liliput. O, mejor dicho, "puerta de la Villa", recordando la derribada en la década de 1880.

Las reproducciones de fachadas y los recrecidos merecerían una "carta al director" aparte. Las primeras, generalmente, me dan la impresión de ser un mero decorado teatral sin conexión alguna con los interiores totalmente renovados ni con el ambiente en el que se insertaba el edificio original. Los recrecidos pocas veces armonizan con lo que tienen debajo y suelen asemejarse a una especie de nave extraterrestre que hubiese aterrizado sobre los castigados muros de una construcción catalogada.

Estos días asistimos a la anunciada e inevitable demolición de la casa en la que vivió, entre otras personas, el pintor Nicanor Piñole. En este caso, la misericordia municipal, auxiliada por los intereses particulares, ha tenido a bien conceder "in extremis" la eutanasia a una construcción que, de otra forma, se habría caído por sus propios medios. Dentro de unos años, quienes sigamos por aquí tendremos la suerte de admirar otra fachada "reconstruida" con su recrecido de última generación y sus viviendas domóticas y tecnológicas. En algún momento alguien colocará una placa recordando que en aquel lugar vivió toda su vida el pintor Piñole, pero pocos recordarán que de su casa no quedan ni los cimientos. Y nos haremos selfis delante de fachadas multicolores aparentando el Gijón que algún día fue.

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