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Cicerón y la retórica cristiana

19 de Mayo del 2025 - Antonio Parra Galindo (Cuideiru)

Cicerón nos enseñó a decir que no y a promulgar Catilinarias. Influye en los Santos Padre y en la primera literatura cristiana

Es la memoria de aquellos folletos en cuadernillo, difundidos por una editorial heroica, de las clases de latín con don Valeriano, aquel capellán pobre de las clarisas, que acudía miércoles y viernes con su raída sotana y su dulleta con lamparones, que guardé en la cochiquera de mi casa de Segovia y me lo comieron los ratones.

Recuerdo tardes de estudio, parapetado detrás de las páginas del "Raimundo de Miguel", voluminoso diccionario latino que abultaba más que yo, enfrascado en las Catilinarias del Lelius seu de amicitia.

Promulgaba la filosofía estoica de Catón y los estoicos un lenguaje que no entendía yo a los 11 años.

Un mundo sin estrenar se abría delante de mí. El tribuno de la plebe me enseñó a cabrearme con sus "quosque tandem", y a pegar el taconazo. Contra los que abusan de nuestra paciencia.

Lo malo es que los libros dan hambre y sueño, están crispados de pasión y no ayudan a adelgazar. Pasé toda una vida al pie de ellos.

Cicerón fue un deseo de inmortalidad, un maestro de la moral natural que no creía en los dioses falsos. Tal vez haya que volver a él.

Hablaba de la "caritas" y de la "pietas", pero ambas virtudes no encuentran parangón en el libro de rezos cristiano. Son otra cosa.

La "pietas" es el sentido del deber y también compasión y devoción a los dioses.

La "caritas" era para los romanos sinónimo de sabiduría que era lo que ellos más estimaban.

El tercer concepto filantrópico, heredado de los griegos, es el de "inmanitas" igual que barbarie falta de humanidad ferocidad. ¿Trump, Zelenski, los señores de la guerra?

Son conceptos que explaya en su brillante tratado sobre la amistad inspirado por Lelio, su amigo de la infancia.

Toda la obra de este gran tribuno que tenía un grano en la nariz es una exaltación de la elocuencia. Sin retórica, sin literatura no se puede vivir.

El ser humano sin la oratoria retorna a la animalidad.

Míralos: viven como gochos, puede decir desde su estrado de orador filosófico.

Este es un estado de gracia y a la vez un riesgo. Por eso a mi modo de ver su obra cumbre no son las Catilinarias sino el Libro de los Oficios.

Para mí como para otros muchos latinistas el maestro Cicerón fue el que nos inició el arduo camino de la retórica.

Prometía a sus seguidores sudor y lágrimas, poco dinero, acusaciones y persecución por cantarle las cuarenta al lucero del alba, pero una gran satisfacción interior.

¿Morbo? Cupiditas sapiendi (deseo de saber; no quieras entenderlo todo y controlarlo todo porque ese afán allega angustia y sensación de impotencia) malos pasos, un abrazo eterno con la pobreza y con la cárcel a veces.

Marco Tulio Cicerón murió asesinado. Verdugos a sueldo de Marco Antonio le cortaron la cabeza en Gaeta. Tenía 66 años.

Pereció víctima de los bandos e intrigas políticas de la República.

Su influencia en la cultura de Occidente es mayor. Influye en los Santos Padres.

San Jerónimo copia el estilo grandilocuente del Libro de los Oficios.

Cicerón está presente en la obra de San Agustín, del que extrae las conclusiones del mundo platónico, así como la indiferencia ante el dolor, la enfermedad, la alegría y el gozo de los escépticos. Un repaso a sus libros tan estudiados traducidos y catalogados a lo largo de los siglos sería un buen analgésico para calmar las angustias de la hora presente.

De eso es lo que se trata cuando hablamos de Humanismo.

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