A propósito de un fémur en la plaza de la Catedral
La noticia en Oviedo hace pocos días, en un tranquilo domingo primaveral, fue la caída de un fémur sobre una terraza de vermuteo. La lógica inquietud sobre el suceso fue inmediata, pero quedó solucionada en escaso tiempo por la eficaz actuación policial. No había nada que temer.
Sin embargo, desaparecida la inquietud, aparece la imaginación en forma de artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA hace pocas fechas. Esa imaginación, fértil e interesada sin duda, aparejaba de forma un tanto confusa el fémur de Oviedo con fusilamientos en varios sitios de la ciudad, supuestamente acaecidos durante la Guerra Civil.
Estando como estamos en el año de Franco, como se ha dicho en otras instancias, bien podría tener alguna justificación ese fértil y oportunista ejercicio de imaginación. Juntar unas letras, haciendo de un suceso anecdótico toda una aventura de la conjetura y la suposición, no tiene mayor recorrido que el de arrimar el ascua a una sardina ciertamente adelgazada.
Claro que, puestos a ser fértiles, a imaginar y a suponer, también podrían juntarse unas letras pensando en otros orígenes de tan famoso fémur.
Tan es así, que podríamos imaginar, de forma tan legítima como posible, que el hueso fuese de alguna de las víctimas de la Casa del Chorín, donde más de 120 mujeres, ancianos y niños, escondidos en los sótanos, fueron víctimas de un bombardeo de la aviación roja (este término no es imaginación, ya que así se autodenominaban) durante el cerco de Oviedo en 1936. O quizá también de cualquier componente de la población civil de Oviedo, víctima de los 1.450 proyectiles diarios de promedio que fueron arrojados incesantemente durante la misma época (19 de julio a 17 de octubre de 1936) causando centenares de bajas. O de alguno de los 193 religiosos, monjas y seminaristas asesinados, junto a varios miles de seglares, en esa misma localización temporal. Quizá, podría ser posible, que ese hueso pudiese proceder de alguno de los ocho Santos Mártires de Turón asesinados en 1934. O de los pacientes masacrados en sus camas del hospital provincial en Oviedo, junto a sanitarios y a religiosas y Damas de la Cruz Roja que hacían de cuidadoras, por otro bombardeo de la citada aviación el 23 de febrero de 1937.
Lo que seguro que no puede ser es de D. Manuel del Rey Cueto, de 29 años, sargento voluntario del Regimiento de Infantería Milán nº 32, que fue crucificado y colocado de esa manera frente a las avanzadillas del Ejército de Franco. Así fue encontrado el cadáver el 21 de octubre de 1936 por las Columnas gallegas en socorro de nuestra ciudad, ya que gracias a ellas su familia pudo recuperar el cuerpo y darle cristiana sepultura.
En fin, que puestos a imaginar y a suponer, todos podemos juntar letras en ejercicios más o menos interesados, pero que poco pueden aportar a futuro. Lo deseable sería que no se realizasen tantas suposiciones ni imaginaciones, y que, conociendo la Historia -esa que no es posible ocultar, disfrazar ni mucho menos reescribir-, dejásemos de una vez por todas a los huesos y a los difuntos en paz, a ser posible sin profanar tumbas, y a nuestro fémur en la consulta de su propietario. Reconociendo a todos y rezando por todos, perdonando y caminando hacia delante en real convivencia, sin olvidar la Historia pero sin necesidad de agitar bajo cualquier pretexto sus páginas más tristes. Y que empleásemos nuestra imaginación e ingenio en hacer más fuerte a esta gran nación llamada España, patria común de todos, que jamás se resignará a morir.
Lo que da un fémur de sí, parece mentira.
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