La huelga educativa contra la burocracia
Largo y tendido se ha escrito en los últimos días sobre el conflicto educativo, por ser un tema de interés general que afecta a la totalidad de la población, como contribuyente a su sostenimiento y beneficiaria de sus frutos.
Esta transversalidad, creen algunos, les da derecho a emitir sin rubor opiniones que no se sustentan en un análisis crítico de la situación ni de las demandas que el colectivo docente expone, sino en el inmediato sentimiento que los manifestantes o sus movilizaciones les procuran. De ahí viene la ya solemne letanía del exceso de vacaciones, por poner un ejemplo. El poder político lo sabe y aprovecha esa inmediatez en su beneficio, con maniobras como la publicación en prensa de titulares tendenciosos destinados a soliviantar los instintos más bajos e impedir la reflexión.
Sin embargo, a poco que utilicemos la sesera veremos que la cosa se complica. Desde el inicio de la huelga el pasado 27 de mayo se han pronunciado a su favor, entre otros, AFAS y AMPAS (28/05), auxiliares educadores (29/05), orientadores y PSC (31/05), el comité de empresa de derechos sociales (02/06), inspección educativa (05/06) y los equipos directivos de 105 colegios asturianos, con un compromiso demoledor que han hecho efectivo en la tarde del 6 de junio.
Mientras tanto, ese poder político se enroca. Todos los funcionarios somos burócratas por definición, pero cabe hacer una distinción muy adecuada en el caso que nos ocupa: quienes pelean son los que están a pie de aula, mientras que quienes se resisten a avanzar son los que disponen de despacho propio. La mayoría ni son funcionarios, ni han demostrado formación ni especialización alguna en el campo de la educación.
La diferencia quedó patente en el debate de un programa televisivo emitido la noche del día 4. Solo uno de los cuatro participantes pisa un colegio a diario, y la diferencia con sus contertulios fue abismal. Le pudo su entusiasmo, pero sus opiniones sintonizaban completamente con las demandas de los docentes en la calle. A su lado, una limpiabotas aspirante a consejera mostró una serie de cartelitos en los que se podía intuir fácilmente su nulidad, demostrando no ser más que otra de esas burócratas de despacho. Expuso una serie de datos descontextualizados aliñados con la acostumbrada verborrea que sirvieron para calentar aún más los ánimos de los profesores.
Prometo que no hablaré de la sobada sátira de Groucho Marx, ya que la parte contratante dimitió hace unos días, pero sí haré mención a las dos personas que encabezan el equipo negociador de la Consejería. Ni la señora Llamedo ni el señor Peláez intuyen siquiera las condiciones en las que los maestros desarrollamos nuestro trabajo a día de hoy, y a la vista de toda la comunidad educativa han demostrado que no conocen ni la más básica terminología que manejamos en los colegios.
¿Cómo podemos pretender que sean parte de la solución al conflicto este tipo de personas? ¿Cómo es posible que los encargados de negociar en favor de un incremento de la calidad educativa cuenten con el único aval de ser personas de confianza del Presidente? El insulto a los trabajadores de la enseñanza ha sido mayúsculo, y se hace más ofensivo con cada palabra de la Administración.
Compañeros, la burocracia se defiende a sí misma. Frente a ella solo nos queda la acción directa. No sé si tenemos la estrategia, la fuerza y la táctica, pero no me preocupa, porque son cosas humanas que no pueden ni podrán nunca contra el entusiasmo, que es divino. De ese tenemos de sobra. ¡Ni un paso atrás!
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