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Érase una vez la sanidad pública

12 de Junio del 2025 - Sara Martín Blanco (La Bérvola, Lugo de Llanera)

"He ido al médico y ni me ha mirado a la cara". "Tengo tantos pacientes y el programa informático me pide tantos clics que no puedo levantar la mirada del ordenador y ver la cara al paciente". Aunque parezcan enfrentados (y curiosamente la disposición espacial los enfrenta), son las dos caras de una misma realidad. Que el sistema sanitario público agoniza desde hace décadas.

El que el médico y el paciente se sienten uno enfrente del otro no es por confrontación, sino para que esa valiosa relación que se crea fluya también desde el contacto visual, desde la cercanía física y un poco desde lo emocional que, inevitablemente, surge en cualquier interacción entre dos seres humanos.

Y así ha sido en ese breve lapso de tiempo transcurrido entre que los médicos nos bajamos de nuestro pedestal y nos llegó la informatización, la burocracia y las listas de espera interminables. Porque, repito, la sanidad pública está herida de muerte. Pero la informatización no es la única culpable. En síntesis, es una muy buena idea con grandes ventajas. Por poner un ejemplo, que un curso clínico no esté sujeto a la interpretación laboriosa de una temida letra de médico. Otra es que la historia clínica de cada paciente sea accesible desde cualquier territorio nacional. Pero aquí ya pinchamos con las transferencias autonómicas, y, es más, en nuestra comunidad todas las áreas funcionan con el mismo programa menos el Hospital Central de Asturias. Curioso, ¿verdad?

La sanidad se ha deshumanizado, y aquí vuelve a ser en ambos sentidos nuevamente. Los médicos cada vez empleamos más tiempo en labores burocráticas y administrativas, en detrimento de realizar una buena anamnesis y exploración física, que han pasado a ser algo marginal en tiempos de consulta cada vez más reducidos en aras de aumentar la eficiencia (productividad en las cadenas de montaje). Mejor cantidad que calidad es la consigna actual. Hemos perdido nuestra esencia y nuestro "arte" consumidos en algo que nos fatiga mentalmente, nos desmotiva y nos frustra.

Por otro lado, lidiar a diario con la enfermedad, el dolor, las malas noticias y la muerte no es fácil. Empatizar con el sufrimiento ajeno tiene un coste emocional, a menos que seas un témpano de hielo. Pero nadie mira por nuestro bienestar, ni físico ni emocional.

Hace más de diez años que mi empresa no me hace un reconocimiento. Mucho menos van a preocuparse de que sus trabajadores sufran de burnout. Nos sentimos abandonados por las autoridades y las asociaciones colegiales. Estas últimas han quedado absolutamente obsoletas.

Pero también hay a veces entre nosotros una competitividad malsana, un ego desmedido, y el trabajo en equipo brilla por su ausencia. Quizás vaya unido a la vocación o tal vez se deba al hecho de tener que sacar un 14 en selectividad (¡¡somos los mejores??), no lo sé.

Así, un médico es despojado de su esencia, de su humanidad. Y el que sufre es el paciente.

Porque no es el cáncer de pulmón o de páncreas, son Pepe o Antonia, que habían planeado tener un hijo o comprar una casa o irse por fin de vacaciones con la jubilación después de toda una vida trabajando.

No son únicamente los planes frustrados. Es el miedo a no poder contarlo, el verte despojado de tu autonomía, el volverte completamente vulnerable y, por supuesto, tener que convivir con el dolor. Pero esto no encaja en la cadena de producción .

Tampoco existen los programas de prevención ni la educación poblacional. ¿Qué hay más rentable para las grandes corporaciones que una sociedad enferma?

Por otro lado, a los gobiernos les interesa una sociedad infantilizada y anestesiada, para ejercer mejor su control. Porque en una sociedad adulta cada individuo debería preocuparse de su propia salud y no solo de buscar la autocomplacencia cortoplacista. La salud comienza en el autocuidado, y luego, si sobreviene la enfermedad, el sistema sanitario debe proporcionar recursos adecuados y suficientes, pero fomentando una participación activa del paciente en el proceso y la toma de decisiones.

Cuando esto no es así, rápidamente culpabilizamos al sistema haciendo, además, un uso inadecuado de los recursos. Este perfil de sociedad también afecta a nuestro gremio, y por desgracia en ocasiones y con más frecuencia veo motivaciones más espurias y menos vocación.

También sufrimos condiciones precarias en el ejercicio de nuestra profesión, pero cada vez que alzamos la voz se nos desprestigia públicamente. Se nos califica de privilegiados o de casta, en palabras de algún conocido exministro, sin que a nadie le importen ni el esfuerzo ni el tiempo empleados para alcanzar esa meta.

El dedo apunta hacia nosotros por la mala gestión de las instituciones y la inadecuación de los recursos. Por eso a veces nos sentimos indefensos, acorralados, pequeños. Y esto lo sufre también el paciente.

Así se ha malogrado el sistema público, y los que ya llevamos un tiempo remando en este barco, vemos venir la debacle desesperanzados, fatigados. Hemos perdido la fe, por más que nuestra vocación sea la misma que aquel día que por primera vez atravesamos la puerta de la Facultad de Medicina.

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