Democracia o autocracia: no hay término medio
Lo que vivimos en España ya no es una democracia en crisis: es un sistema mutado en algo más oscuro, más cínico y más peligroso. Llamarlo democracia es una concesión generosa. Lo que nos gobierna hoy es una autocracia de manual, construida a base de desprecio institucional, compra de voluntades, degradación legal y pactos infames. Y lo peor: con apariencia de legalidad. Como si fuera normal.
Pedro Sánchez ha llevado el poder a su máxima expresión: la colonización de instituciones, la sumisión del legislativo, el control de los medios públicos y la degradación de los mecanismos de control. El Congreso ya no es un lugar de debate: es un campo de batalla. Los ministros no responden, insultan. La oposición, incapaz de estar a la altura, cae en la misma trinchera. Todo se convierte en fango.
El abuso no tiene freno. Se gobierna a golpe de decretazo. Se nombra a dedo en el Constitucional, en la Fiscalía, en el Supremo. Se rebajan delitos por conveniencia. Se amnistía a quienes cometieron actos que ayer eran sedición y hoy, por necesidad parlamentaria, son "concordia". Las mayorías se consiguen a base de cesiones, privilegios, dinero público e impunidad. Se pacta sin rubor con quienes quieren romper España. Se les premia con poder. Se les regala el relato. Se les entrega el país.
¿Dónde está el límite? ¿Dónde está la ley? ¿Dónde está la ciudadanía?
No hay mayor fraude democrático que gobernar contra el programa con el que se pidió el voto. Prometer una cosa y hacer la contraria. Decir que no habrá amnistía y después impulsarla. Negar pactos y luego suscribirlos. No es solo mentira política. Es una estafa a la voluntad popular. La democracia no es solo votar. Es respetar el compromiso con el ciudadano. Aquí ya no hay compromiso. Solo cálculo.
Mientras tanto, los contrapesos han desaparecido. Los sindicatos callan. La prensa adicta a subvenciones aplaude. La justicia se convierte en instrumento. El relato sustituye a la prueba. La moral se invoca solo cuando conviene. Y al adversario político se le degrada hasta convertirlo en enemigo, en odiado, en ilegítimo. Una democracia no puede sobrevivir así.
La sociedad está fracturada. Mujeres contra hombres. Rojos contra azules. Progresistas contra conservadores. Víctimas contra verdugos. Todo es guerra cultural, identitaria, partidista. Nada es consenso. Nada es Estado. Y mucho menos Derecho.
Este modelo político no es sostenible. Es profundamente antidemocrático. Es una maquinaria de poder absoluto, sin escrúpulos, sin freno, sin vergüenza. Esto no es una democracia de baja calidad. Esto ya no es democracia. Es autocracia en nombre de una legalidad vacía, desfigurada, instrumental.
Nos va en ello el país. Nos va en ello la libertad. Nos va en ello la verdad.
Es urgente volver a una democracia real, donde se respete la ley, se cumpla lo prometido, se gobierne para todos y no solo para una élite instalada. Donde la discrepancia no sea traición. Donde los pactos no se hagan con quienes quieren destruirnos. Donde el poder esté limitado y el ciudadano no sea un espectador impotente, sino el verdadero soberano.
Porque, si esto sigue así, el sistema caerá. Y no será culpa de un gobierno, sino de una sociedad que miró hacia otro lado mientras le robaban su democracia.
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