Onomástica: soy un hijo de la raza
Hoy cumplo 81 años y doy gracias a la Virgen soberana bajo las advocaciones de Covadonga, el Hednar y la Fuencisla. Soy nada más que un español, un hijo de la raza, lo dice este diploma que adjudicaban a los niños de posguerra.
Soy un hijo de la raza.
El 12 de junio de 1944, a las nueve de la noche, en la calle San Valentín, n. 4, nació Antonio Parra Galindo, hijo de Silvino y de Juana, dice este diploma el cual me acredita como hijo de la raza hispana, la nación fundada por Isabel y Fernando, de Cervantes, de Elcano, de Colón y de Hernán Cortés.
Del Cid Campeador, y de Velázquez que pintaba el aire, y el Greco plasmando rostros como lanzas. Un proyecto mesiánico de amar al prójimo sin distinción de colores o razas, pero a la sombra de la cruz cristiana sin menoscabo de otras creencias o credos por ser todos partícipes de la condición humana.
Abajo aparece el águila de Patmos, cuya tutela me albergó a lo largo de los 81 años, y puedo decir con aquel general Muñoz Grandes en su arenga a los soldados: "Si duro es el invierno ruso, más dura es mi raza". He seguido esa tutela, me adhería a esa demanda maguer tantas y tantas dificultades. Gracias, Dios, por haberme nacido en España, una nación una, grande y libre, madre de pueblos y que peleó en tantas batallas.
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