Días de rabia y lágrimas
Ayer fue un día triste para las merinas de Casa Bernalda. Como lo habían sido el lunes y el domingo desde la hora que antes llamaban del ángelus, aquella en la que los campesinos hacían un alto en el trabajo y, al sonido de las campanas de las iglesias, sacaban por sus labios una oración.
A esa hora del ángelus, las 12 del mediodía, minuto arriba, minuto abajo, un par de lobos atacaron nuestras ovejas. Asesinaron a seis y a las otras ocho que formaban el pequeño rebaño las dejaron con heridas de diversa consideración. Si no es por Pipo de los Molinos, que vio desde lejos las carreras inusuales de los animales y se acercó hasta allí, encarándose con sonidos y ruidos a los lobos, probablemente, hubieran matado a todas.
La mañana había trascurrido plácidamente para ellas en los pastos frescos de la finca de La Proída, en Navelgas. Las habíamos sacado del establo como todos los días. Como siempre lo hacemos desde hace años, cuando antes las dejábamos dormir fuera, pero, con esta, ya es la tercera vez que sufrimos la furia del lobo, aunque en menor número de ovejas. A partir de entonces las cerrábamos todas las noches.
Pero el domingo, a plena luz de un mediodía luminoso, se desató la tragedia.
Hay que decir que la finca donde estaban está cerrada de malla ganadera, a escasos cincuenta metros de una senda para caminantes, de esas que la Administración traza y señaliza, aunque luego no mantenga adecuadamente. Por esa senda, un rato antes de los hechos, coincidiendo cuando sacamos el ganado, pasaron caminando dos parejas que venían de Navelgas, a unos doscientos metros de las casas. No es infrecuente ver gente, adultos y niños, caminar por esa zona. Seguramente ignorantes de que, a unos metros solamente, pueden estar los lobos, a cualquier hora. Que cada uno imagine las consecuencias si un día tienen que enfrentarse a las fieras.
Todo mi respeto para el mundo animal, incluso el salvaje, como para los árboles, la tierra, el agua, el aire... todo lo que forma la Naturaleza. Pero no sin control ni normas que protejan más a todo que al ser humano. Al ser humano, hombres y mujeres del mundo rural, cada vez con más arrugas, más artrosis, más pelo blanco, ese campesino que es el mayor protector de la vida en la Naturaleza, porque vive en ella, es su vida.
Ese ser humano que para los creyentes es el rey de la Creación y para todos, desde los filósofos griegos, la medida de todas las cosas. Todas incluye la respetable Naturaleza.
Navelgas es uno de los muchos pueblos en decadencia del mundo rural, está vaciándose poco a poco. Son ilusiones las temporadas de fiestas, festivales, campeonatos y turismo veraniego. Son ilusiones ahora y nada después, si llega el momento de que no haya gente ni nada que celebrar.
Un rayo de esperanza alumbra un poco cuando ves algún joven, emprendedor, que tiene afán de subsistir ahí. Ahora es, principalmente, con la madera. Ojalá sus miras les lleven más lejos, hacia otras actividades también, de esas que creen empleo y fijen, de verdad, una población estable. Quizás el esplendor de aquel pasado chacinero no vuelva, pero ¿por qué no otro? El mundo rural también puede serlo de oportunidades.
Ayer, repito, fue un día triste. Ver cómo cargaban de una en una esas ovejas muertas, jóvenes, robustas, que habían estado llenas de vida, que habíamos criado desde que nacieron con mimo -una de ellas creció a la mano de nuestros biberones, porque había perdido a la madre-, eso, verlas colgar de la pinza del camión y soltarlas dentro, eso me costó lágrimas, como nunca me había ocurrido. Gracias, Tono, por acompañarme y animarme en esos momentos. Gracias a todos los que, de una manera u otra, nos apoyaron ante esta situación. Especialmente gracias a ti, Pipo.
(Las ovejas que quedaron volvieron a Trespando, donde, de momento, pastan tranquilas. A esperar, con impotencia, qué depara el incierto futuro y el rayo de esperanza).
Santiago Yáñez Serrano
Trespando (Navelgas)
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