El administrador de fincas que no quiere irse
Yo veo los partidos políticos de mi país con una distancia que me brinda el no haber votado nunca. Y al presidente del Gobierno como el administrador de nuestra finca, llamada España. Por lo tanto, está a nuestro servicio y no al revés. Y nos representa y obra en nuestro nombre para no tener que asumir el engorro de tener que hacerlo rotatoriamente cada año cualquiera de nosotros. En este caso no es un administrador que se ofrezca a nuestro edificio para llevar la gestión entregándonos simplemente una tarjeta de visita. Sino que hace un casting con nosotros (elecciones) y lo seleccionamos para el puesto votando.
No tenemos por qué coincidir con él en todas las cosas, ni siquiera en muchas. No nos tiene que gustar su misma música, ni tenemos que ser del mismo equipo de fútbol...ni gustarnos los mismos platos. Es más, si coincidiéramos con él en todos los gustos y aficiones dudaría de ser un individuo con personalidad propia e ideas propias. Sería más bien alguien que me dejo llevar por lo que opinen otros y no por mis propias opiniones.
Si el administrador de mi finca malversara, me engañara o desfalcara mis bienes, tendría que ser el primero en cuestionarlo y hacer frente a mi decisión de elegirlo. Tendría que fiscalizar sus actos y actuar de interventor de sus gestiones. Y, llegado el caso, echarlo y exigir responsabilidades. Y, por supuesto, elegir a una persona más competente para el puesto.
Pero en política no ocurre eso. Nos sentimos hipotecados por ideologías y partidos políticos a los que les compramos el 100% de sus ideas. Actuamos ilógicamente y sin personalidad respecto a sus consignas. Nos convertimos en guardias pretorianos y defensores a ultranza de esos administradores de nuestra finca. Les otorgamos durante cuatro años el beneplácito para que hagan y deshagan a su antojo. Incluso, cuando vemos claramente sus desmanes, autojustificamos nuestra errónea decisión: "Los otros lo harían peor", "haber votado tú", "yo siempre voto a...".
Sinceramente, creo que es una actitud muy pueril o poco reflexiva defender a ultranza decisiones a sabiendas de que son erróneas y tomar decisiones de un modo visceral y poco reflexivo. Yo no pediría a mi amigo médico que me operara si sé que no es un buen profesional. Y no iría a Gijón por la autopista "Y" si sé que está en obras, tardo una hora más porque está llena de baches y retenciones... teniendo la AS-II.
De tomar esas decisiones, me dirían que soy estúpido. No sé... igual lo soy por pensar distinto de la mayoría.
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