Cartas «ingenuas»
Con alguna frecuencia venimos leyendo en los periódicos cartas impregnadas de odio a la Santa Iglesia Católica. Cuando se dice la verdad, aunque resulta molesta, nadie puede sustraerle lo que lleva de positivo, pero cuando se dicen embustes y patrañas es un mal para todos. Se dice que el 80 por ciento de los españoles somos católicos; dejémoslo en el 40 por ciento, y aún veremos que el insulto se extiende a una población numerosa e «indefensa», sabiendo que en los periódicos no todos saben decir lo bueno que piensan, y, aun sabiendo decirlo, no pocas veces se traspapelan las cartas.
Bueno sería que los enemigos de la Iglesia católica reflexionaran un poco y comprendieran que nuestra religión, con todos los santos que tiene, vivos y muertos, todos lo han sido y lo seguirán siendo por el estricto cumplimiento de la eterna «Constitución» que Jesucristo nos ha dejado en sus Santos Evangelios. La Iglesia no puede modificar nada que no vaya al unísono con los Santos Evangelios. Por eso nos parecen cartas «ingenuas» las que tratan de reformar o corregir lo que Dios nos ha mandado hacer a todos.
Vienen haciendo apología del ateísmo con pintadas en los autobuses, insinuando muy sutilmente que Dios no existe. Esto nos parece una insensatez de las más vulgares. ¿Quién les ha dicho que Dios no existe? ¿Cómo lo han averiguado? Nosotros sí sabemos que Dios existe, porque lo sentimos en nuestro espíritu y porque os lo asegura nuestra fe. ¿Cómo se puede negar lo que han testificado más de 500 testigos (reconocidos por la Santa Iglesia) que le han visto después de crucificado, muerto y sepultado?, de los cuales algunos han comido con Él en el Cenáculo, como Tomás, el que ha tenido que meter sus dedos en los agujeros que le habían dejado los clavos al crucificarlo, y solo así se convirtió el contumaz incrédulo y se confesó cristiano: «¡Señor mío y Dios mío! Porque has visto has creído –le dijo Jesucristo–. ¡Dichosos los que sin ver creen!».
Lamento tener que decir que por falta de consciencia y sin mala intención –suponemos– los que propagan el ateísmo pueden estar incentivando el número de víctimas entre algunas parejas de hecho, y, paralelamente, las muertes injustas que diariamente estamos viendo. Pues nunca se ha visto que los santos fuesen asesinos o malhechores, y sí ejemplares bienhechores para servir a los más desvalidos. Pues bien, con el ateísmo los santos no existirían y los pobres sufrirían mucho más. Fíjense en lo que ha hecho y sigue haciendo, hasta el fin del mundo, la madre Teresa de Calcuta, y miles o millones de santos que han dejado obras ingentes para bien de todos los humanos.
Aun pidiendo perdón a todo el que haya podido ofender o molestar, no me resulta agradable decir todo esto. Lo hago porque la conciencia que Dios me ha dado me lo exige y no puedo conculcar la conciencia y menos al autor de la misma.
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