Eso que llaman "felicidad"
La fuerza de la conciencia debate de forma casi constante con la debilidad de nuestro "yo" más visceral. Quizá por la costumbre de la duda, o por la incertidumbre de la posibilidad de ser descubiertos tal como somos, sin pantallas, disfraces o máscaras autoimpuestas. Sea como fuere, sobresale por encima de los miedos la razón (o así debería ser, permítaseme la suspicacia), y se tambalean los argumentos al tratar de justificar cuán primitivos llegamos a ser en ocasiones. Conviene aprovechar los momentos de lucidez en los que la razón se impone sobre nuestras pulsiones más primarias y escribir sin guiones, cantar sin metrónomos, bailar alejados de compases que cercenen el libre movimiento, reír con todas las fuerzas que nos permita la rutina, desearle un buen día a cualquier desconocido, conducir con la música en el techo y el destino por descubrir, abalanzarnos sobre quien comparte nuestras noches con las ganas de la primera vez... Vivir, en definitiva, comprendiendo que todo es fugaz, cultivando los pequeños gestos, y permitiendo a la razón dialogar con las entrañas sin estridencias. Silenciar el ruido, reducir la exaltación del impulso y avivar la presencia del raciocinio, quizá sean, a mi modo de ver, algunos de los secretos de eso que llaman "felicidad".
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