Demasiado lejos para ser atendidos, demasiado cerca para ser ignorados
No me gustaría cerrar la etapa del colegio así, pero me veo en la necesidad de hacerlo.
No espero que nadie me entienda ni me apoye, solo quiero que esto se lea. Que se escuche.
El Suroccidente, según dicen, está lejos. ¿Y por qué, entonces, para las familias que tenemos hijos con necesidades especiales no está lejos tener que desplazarnos constantemente al centro de la provincia? ¿Os habéis parado a pensar cómo nos sentimos? Porque seguimos queriendo vivir aquí, en nuestra tierra, con dignidad.
Nos sentimos solas. Solas por la falta de profesionales. Solas por los madrugones eternos para llegar a las consultas. Solas porque somos las primeras en salir y las últimas en volver.
Pero no por ello dejamos de pelear por los derechos de nuestros hijos. También nos sentimos solas en los colegios, donde desde el primer día hay que tener los ojos bien abiertos para que el niño tenga las adaptaciones necesarias. Hay que estar espabiladas para resolver cualquier contratiempo.
Así he estado yo, desde que empezó el colegio hasta el último día: revisando, llevando informes, recordando lo que ya estaba por escrito. Pero, claro, hay que pararse a leerlos. Hay que querer hacer el trabajo. Ahí vuelve a aparecer la distancia. Una hora y quince minutos conduciendo cada día. Cuando llegas al trabajo, ya estás agotada. Y entonces empieza el otro discurso: que estás cansada, que no rindes, que "claro, es que vives lejos"... como si eso fuera una excusa y no una consecuencia.
Los profesores que durante este tiempo se tomaron la molestia de conocernos saben que esta carta no va por ellos. A quienes se sientan ofendidos, solo decir que nunca me he ocultado. Siempre he dicho lo que pensaba, con educación y con respeto.
Lo que pido es simple: pararse a leer los informes. Conocer a los niños. Tener ganas de trabajar y de aprender. Porque sabemos que también puede pasar esto: que la orientadora no haga su trabajo de visitar las aulas, que los informes se hagan "de copia y pega", como algunos dijeron de los que llevé de los médicos. O que la especialista en baja visión que debería haber acompañado a nuestro hijo estos dos últimos años no diera la información necesaria, no mantuviera el contacto con él.
Y entonces toca hacer lo que hay que hacer: picar en todas las puertas. Cambiar de profesora. Buscar soluciones.
Recuerdo aquella reunión de hace cuatro meses, donde tú me dijiste: "Aquí tienes lo que tanto deseabas". Pero te faltó una cosa: firmar el acta de esa reunión. Se cumplieron tus deseos: un niño con discapacidad visual ha superado el curso solo, sin tu apoyo y sin la preparación adecuada para llegar al IES. Lo ha conseguido, sí. Pero no así. No de esta forma.
Y no debería volver a pasar.
Ojalá esto no les ocurra a más niños. Ojalá los colegios tomen medidas reales. Porque no queremos ser siempre las familias contra el mundo. Porque ahí es donde, de verdad, nos sentimos solas. Y muy lejos de los cuidados y de la protección que nuestros hijos merecen.
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