Una profesora de la concertada
Hace unos días, ya de camino a casa después de una jornada de reuniones de fin de curso, me encontré con una alumna que tuve hace un año en mis clases de Bachillerato, en la asignatura de Empresa y Diseño de Modelos de Negocio. La recuerdo discreta y educada, atenta a mi "speech" matutino con el que ponía en valor la importancia del esfuerzo y la constancia, en combinación con la alegría y el entusiasmo, en un curso exigente y preparatorio de la prueba de acceso a la Universidad.
Me paré para saludarla.
—¿Qué tal?
—Muy bien, estoy de monitora de un curso de surf. ¿Todo bien por el colegio?
Un niño de unos 7 años revoloteaba a su alrededor, atento a la conversación.
—¿Quién es? —le preguntó.
—Es la mejor profesora del mundo —contestó ella.
Sonó sincero y contundente, y eso hizo que me sintiera feliz. No era una gracieta. Yo diría que incluso el tono de la respuesta era serio, acentuado por un punto final que remarcaba lo tajante de la afirmación.
¡Claro que sé que no soy la mejor profesora del mundo! Se me ocurren tantas cosas en las que podría mejorar... Pero para ella fui importante, y ella hizo que me sintiera importante ese día.
Entonces me vino a la cabeza una pregunta: ¿profesores y profesoras de primera y de segunda? ¿Por qué? ¿Tiene sentido clasificar al profesorado según el tipo de centro en el que trabaja?
Me encantaría que fueran los propios alumnos y alumnas de todos los centros de Asturias quienes respondieran a esta cuestión. Estoy segura de que lo importante poco tiene que ver con eso, y sí con la profesionalidad, la empatía y la sensibilidad con la que profesores y profesoras —los de un sitio y los del otro— ejercemos esta maravillosa profesión. Al final, lo que realmente marca la diferencia no es el lugar desde el que enseñamos. Lo verdaderamente importante es el corazón con el que lo hacemos.
Nuria García Ruiz es
profesora del CES San Eutiquio La Salle
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