La plaza de América
Nada tengo contra gestas deportivas ni, por consiguiente, el logro, tras 24 años, del ascenso del Real Oviedo. Me alegro de ello porque estoy convencido de que será motor económico y social para esta ciudad. El fútbol, genera distracción, movilización social y son indudables los motivos por los que este deporte es atractivo: capacidad para generar emociones, pertenencia social, trascender barreras culturales y apropiarse del espectáculo de masas y, cómo no, un negocio.
El futbolista ha dejado de ser persona cercana, obligado por su club a evitar contactos directísimos con el aficionado y teledirigido por el propio club en lo que debe decir, cómo, cuándo y dónde decirlo. Para muestra, saliendo de sus autocares con cascos y ni un saludo a quienes llevan horas esperando verlos bajar y entrar en el hotel. ¡Vergonzoso! El aficionado se convierte en dominado por gestas y logros a través de un abono o con el contrato, nada barato, de plataformas futboleras. Un ídolo de barro al que la frase "estoy en el club de mi vida" pasará a mejor vida cuando algún otro club pague su cláusula de rescisión y un euro más en el contrato. Un deporte que es de egos y sueldos millonarios y un negocio, ciertamente, que agrega un 1,44% al PIB.
Mi experiencia en el club de mi querida villa no es motivo de explicación, pero sí recordar tiempos en los que sabíamos de carrerilla la plantilla de todos los clubes de fútbol y los álbumes no requerían de adendas a tanto movimiento de un año a otro. Sirva como ejemplo el Sporting de Gijón, pero pudiera ser el propio Real Oviedo, Atlético de Madrid, Valencia, etcétera. Muchos se verán reflejados en lo que quiero exponer. Aquel Sporting se concentraba en el hotel frente al mar y bajaban al casino donde estábamos unos adolescentes jugando al billar, ajedrez, cartas o simplemente sentados. Por allí pasaban Ciriaco, Cundi, Churruca, Quini, Maceda, José Manuel, Ferrero, en definitiva, toda la plantilla. Y lo sorprendente era cuando compartían con nosotros cualquiera de los juegos y nos reíamos con las ocurrencias del "Brujo". Esto se hizo frecuente en sus concentraciones. Recuerdo hacer rondos, en la mesa de ping-pong, corriendo alrededor de la mesa y eliminado a quien fallara. Sus caminatas por la villa se vestían de saludos que recibían con respeto, admiración y sin agobios. ¡Hoy eso es impensable! Razones para ello son muchas y una es, indudablemente, la propia sociedad, que encumbra a quienes deberían ser vistos como humanos y terrenales.
Hacer un credo utilizando el oportunismo, desde la política, sin reflexionar, dejándose arrastrar por hechos inmediatos y con el vértigo de las emociones, es perder la cordura. Cambiar el nombre de la plaza de América, que desde el año 1929 es conocido internacional y sentimentalmente, no es apropiado, aunque sea simplemente añadir el nombre de un futbolista. Señalar a una persona y no al conjunto de quienes han sido los héroes colectivos no es justicia deportiva ni social. Si se quiere un reconocimiento, espérese al momento más oportuno con una nueva calle o una plaza y siempre al colectivo. Respeto al futbolista y al fútbol, pero hace años que no me interesa, simplemente por el hecho de que se sienten con estatus de supremacía en egocentrismo y soberbia.
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