Ya era hora
Llegó, se dirigió a Alcibíades, vencedor de la batalla, gritó "nenikékamen" ("hemos vencido") y, agotado por el esfuerzo de recorrer tantos kilómetros, se desplomó cuan largo era. No fue necesario que Filípides llegara a Atenas con un fardo de kilómetros al hombro para anunciar la victoria de los griegos sobre los persas, perdón, el firmante quiso decir sobre los valientes soldados de Miranda de Ebro, población del norte de Burgos que apoya un pie acá y otro allá, sobre este río, que nace cántabro y se rinde ante el Mediterráneo, por tierras de Tarragona. La victoria de los griegos sobre los persas en Maratón salvó la cultura occidental. Y la ciudad de Oviedo, toda vestida de la esperanza azul, tuvo su Maratón y puso firme al equipo burgalés. "A Primera subo yo", les dirían los hijos de don Pelayo a los habitantes de allende el puerto de Pajares. ¿Creían los esforzados castellanos que venir a Asturias era llegar y besar el santo? ¿Pensaban dejar los trastos y tomar posesión de la calle Uría? ¿O soñaban con llegar al stadium "Tartiere" y dejar la red de la portería atravesada por tantos agujeros como goles hubieran marcado?
Sería injusto de toda injusticia no mencionar al Capitán castigador, Santi Cazorla, embajador de los dioses y esperanza de los ovetenses, que de fútbol lo sabe todo y más. Los habitantes de la Vetusta de Clarín confían en él y están seguros de que este muy ilustre entrenador los mantendrá en la planta noble del fútbol español. Los habitantes de la ciudad, fundada por el rey Fruela, saben desde la escuela que nunca más verán desteñida su bandera azul y amarilla.
Quien escribe estas líneas no entiende de fútbol. Solo asistió en su vida a un encuentro. Aquel día, que hoy ya está cubierto del "mofo" de los años, no se entretuvo en contemplar si los jugadores caseros metían goles o lanzaban la pelota al río, que pasaba cerca. Si para él podía haber algún interés en el terreno de juego (seguro que no), era mucho mayor el que procedía del tendido: el coro de voces blancas era más ruidoso que el de voces oscuras. La letra era ácida y la música se desarrollaba en un ofensivo modo menor: "¡Peludo!", "¡al río!", "¡a la cárcel!", "¡pérfido!", "¡ximielga!", "¡aciago!", "¡mastuerzu!", "¡desleal!"…, epítetos dedicados al árbitro. Los jugadores también recibieron su ración: "¡Maletas!", "¡vagos!", "¡gandules!", "¡maulas!", "¡cagaos!", "¡gallinas!", "¡mantas!", "¡cobardes!", "¡zánganos!". Todo ello pasó, como ya sugerí, hace muchos, muchísimos años. Ya llovió… Los griego-ovetenses seguían pelando el diccionario para encontrar alguna palabra sustanciosa, como las anteriores, para ofrecérsela al árbitro cada vez que pitara una falta que no era o si un griego-ovetense se confundía y pasaba el cuero a uno de los visitantes.
Ambiente tan tóxico alejó del fútbol al autor de estas líneas, que se despidió para siempre de aquellos encuentros tan animados. En adelante, para no estar pendiente de lo que pasaba sobre la hierba, solo se interesó por el final de los encuentros, con el deseo, cómo no, de que ganasen los cercanos: Santiago de Aller (equipo de su pueblo), el Caudal de Mieres, el Oviedo, los del "Culo Moyáu" y la selección nacional. Cuando España ganó en 2010 el Campeonato Mundial de Sudáfrica, este fugitivo de los "saques de esquina", de los "fuera de juego" o de los "goool" fue a casa, conectó el televisor cuando le pareció que el nuevo Maratón Ovetus-Miranda-Troia estaba a punto de terminar. Sucedió entonces que la pantalla estalló con luz de mil colores y volvió a su originario gris, justo en el momento en que el arrojo del eficaz goleador Andrés ("valiente" en griego) Iniesta introdujo el esférico en el solar de la portería y libró a España de una humillación cósmica, cerca del Cabo de las Tormentas, mudado años más tarde en Cabo de Buena Esperanza, en el sur de África. Era director de juego el prudente Vicente del Bosque. El silbato arbitral soltó una salva transparente de felicidad.
Oviedo, como si hubiese adivinado con anterioridad el triunfo final del choque Atenas-Troya / Oviedo-Miranda, llevaba varios días vestido con sus galas de azul bufanda, de azul toalla, azul gorro de lana y unos cuántos azules más. Los civiles capitalinos ya habían lanzado sus cánticos de victoria a los cuatro puntos cardinales, dispuestos a aplaudir a los aguerridos soldados ovetenses y a los esforzados jugadores de Miranda de Ebro, villa que apoya sus cimientos a un lado y a otro de ese río que nace cántabro y que, después de guardar un silencio transparente y de acariciar con sus límpidas aguas los suaves cimientos del Pilar, se entrega al Mediterráneo por Amposta, en la Tarraconense.
A ver si el Gijón se anima. A ver.
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