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No me lo puedo creer

23 de Febrero del 2011 - José M.ª Rodríguez Collazo (Oviedo)

Al escuchar sus palabras giré sobre mis talones... ¡sobresalto! Le miré a la cara y no ocultó, a mis ojos, su sonrisa encantadora precursora a la vez y como siempre de un guiño picarón.

Penélope López, una de las trabajadoras sociales de mi demarcación urbana, tenía, en esos momentos, un montón de dosieres en los que manipulaba afanosa comprobando y señalizando cada uno de los documentos que el legajo contenía; todo ello siguiendo el orden señalado en un formulario de color anaranjado. Yo le había preguntado, días antes, cuál era el motivo que obligaba a la presentación de un certificado de empadronamiento por cada una de las acciones solicitantes.

La respuesta fue concisa y breve pero elocuente. Dijo así:

-El certificado de empadronamiento es para saber, sin lugar a dudas, si el titular es o no es asturiano- y añadió-:

-A estas alturas ya debería usted saberlo.... ¿o no?

-Pues, no sé -dije para mí- Y me alejé, con mi dosier bajo el brazo, lentamente, tardo, pensativo. A mi memoria acudieron recuerdos de pasajes y aconteceres no vividos por mí sino relatados y también los nombres de personas, muchas de ellas de renombradas familias, en una lucha, normalmente desigual, por exteriorizar mayor preponderancia social y, consecuentemente, mayor riqueza. Potestades no siempre ostentadas por nativos o indianos sino también por «provincianos» o allegados ocasionales a los que se les «aureolaba» con el calificativo de intrusos. Esta circunstancia llevaba al paroxismo a los nativos cuando aquellos lograban ejercer la presidencia en ateneos, círculos de artesanos, de sociedades secretas, de clubes, de casinos, de centros deportivos y otros de carácter «multinacional», cual era El Centro Asturiano y así... Y no digamos de la propiciación que a la actividad política fomentaban estas «cualidades» así adquiridas aunque resultara inadmisible haber llegado a concejal o a consejero sin siquiera habérselo propuesto.

Tras unos primeros pasos, dije para mí: pues, la verdad y por lo que a mí respecta, no tuve oportunidad de que me encumbrara nadie para tener que ser desdeñado después. Tampoco fui culpable de torpeza alguna, por un lado, ni merecedor de santificación por el otro. Por eso puedo todavía cantar «A Rianxeira» o «La Santina Espina» y/o emocionarme hasta la exaltación con «La Casa del Sr. Cura»... al menos, por ahora...

José M.ª Rodríguez Collazo

Oviedo

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