Hecho histórico para nuestra Memoria histórica
Por favor, absténgase de cualquier fantasma alucinatorio del que sienta tener una necesidad irresistible de invocar y desista, por su bien, de la idea derrotista de que es mejor ser golpeado por un rayo y morir relativamente rápido que languidecer como una termita esclava lobotomizada bajo este Gobierno "progresista" de totalitarios intransigentes.
El domingo 22 de junio, mientras la intelectualidad occidental discutía sobre la pintura de las tumbonas del "Titanic" (los inocentes muertos de Gaza y Ucrania ya no importan), una sorprendente noticia rompía el apagón informativo gubernamental de meses.
Después de ser testigos del covid de Fauci, el robotaxi de Tesla y el bulolapa del Presidente, solo nos faltaba una rueda de prensa, sin prensa, de Pedro Sánchez en una sala atiborrada de soledad.
Y se dio. Pensé que era un truco de Tamariz, nadie por aquí, nadie por allá, pero no, era el "fantasma" de " Il divo", sin magia, entrando en la sala de prensa de Moncloa, completamente vacía. No había nadie. Solo butacas solitarias, mudas.
En el colmo del esperpento, le faltó saludar a los "periodistas allí presentes" porque, ya lo he dicho, no había nadie.
Sánchez empezó a hablar ante el vacío y movía la cabeza de uno a otro lado, como la muñeca del exorcista; miraba aquí y allá, como si la sala estuviera llena de personas aplaudiendo que la OTAN nos permita no llegar al 5% del gasto en defensa, que la riqueza de las familias esté en máximos históricos, que los hogares estén ganando poder adquisitivo y que España sea la mejor economía del mundo (una economía en la que la corrupción va "como un cohete», idéntico mensaje que Zapatero en 2008).
Enarcaba las cejas como preguntándose si estábamos todos. ¿Cómo que si estábamos todos? Que no, oiga, que no había nadie, solo él y su secretaria de comunicación, como si fuera el niño del "Sexto sentido", alucinada porque ve a alguien que no sabe que está en este mundo.
Sánchez no se besa porque no llega, escucha sus palabras, se recrea en ellas, las goza, se gusta. Imposible mejorar el auditorio al que podría aspirar un megalómano y narcisista como él: su propia persona.
Lo mejor, Sánchez está de acuerdo con lo que dice Sánchez, y le emociona oír el timbre de su voz, su risa extemporánea, saber que está bien, que todo son bulos y fango de la extrema derecha, que son las cinco y todavía no ha comido, que si quieren ayuda pues que la pidan, coño.
Porque Sánchez sabe muy bien que ni Montero, ni Marlaska, ni Alegría, ni Albares, ni Yolanda, ni Bolaños, ni el voluntariamente ignorante Patxi López, ni nadie, le comprende mejor que Sánchez. Ni tan siquiera Begoña. Por una razón: por más que ella sea su esposa, no es Sánchez.
Digámoslo sin ambages: nadie en el mundo es Sánchez, salvo Sánchez (se siente, Donald).
Además, ¿qué podrían aportarle al Presidente personas de su Gobierno escuchándole y debatiendo con él, para luego argumentarle opiniones contrarias? Nada.
Y tampoco le sirven los aduladores de siempre, los supervillanos míticos Ábalos, Koldo y Cerdán, que ayer estaban junto a él, recorriendo España en un Peugeot, y hoy amenazan con contar todo lo que saben. Ni siquiera su hermano dirigiendo el "Ocaso de los dioses" de Wagner, o "El Requiem" de Verdi.
Por eso no le importa que sea "nadie" a quien se dirija, no le importa que no tenga un solo escuchante en la sala, porque para recibir la sabiduría que emana de su portentoso cerebro "fake", ya está Sánchez.
Y si está Sánchez, el resto sobra. Solo hace falta un cámara, un técnico de sonido y alguien que se ocupe del maquillaje (por cierto, urge despedir a la maquilladora).
Saludos cordiales.
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