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Cuando el poder no respeta al pueblo, la democracia peligra

6 de Julio del 2025 - José Viñas García (OVIEDO)

Por mucho que algunos insistan, votar no debería ser un acto automático, heredado ni ciego. Decir "yo voto a la izquierda o a la derecha por tradición" no es un argumento, es una renuncia. Una renuncia a pensar por uno mismo, a exigir explicaciones y a pedir cuentas. En democracia, el voto es una herramienta de cambio, no una tradición familiar ni una convicción sin más, se convertiría en una tremenda insensatez.

La política no es una religión. No se trata de creer sin pruebas, de justificarlo todo porque "los míos" están en el poder. Quien manipula símbolos, instituciones o discursos en nombre de una causa política -sea la que sea- y pisotea principios fundamentales como la justicia, la igualdad ante la ley o la libertad de prensa merece ser apartado, no aplaudido.

Hoy vivimos una situación alarmante. El Gobierno de Pedro Sánchez se mantiene en el poder pese a no poder aprobar presupuestos, pese a apoyarse en prófugos de la justicia y en partidos condenados, pese a que su entorno cercano está bajo sospecha judicial. Su esposa imputada, su hermano investigado, el fiscal general en entredicho, y varios exministros señalados por corrupción. Y aún así, el presidente continúa como si nada. ¿Por qué? Porque, según él, hay que impedir que gobierne la derecha. ¿Ese es el nivel de respeto que se tiene por los ciudadanos?

Su política exterior es otro ejemplo: decisiones unilaterales sobre el Sahara, Marruecos, Israel o Ucrania, inmigración sin control, gasto militar... tomadas casi todas sin consenso ni debate, a golpe de decreto. ¿Es eso gobernar para todos?

No se trata de ideologías. Se trata de principios democráticos. Nadie tiene derecho a quedarse en el poder a cualquier precio. Si un gobierno pierde el apoyo, no puede mantenerse mediante pactos con quienes están fuera del marco constitucional. Si no hay legitimidad política ni ética, el deber es convocar elecciones y dejar que el pueblo decida.

Porque la soberanía reside en el pueblo. No en los partidos. No en los líderes. En el pueblo. Y cuando se le niega la palabra, cuando se usa el poder para proteger a los afines y castigar a los críticos, cuando se pervierte el Estado de derecho con fines personales o partidistas; no puede existir permisividad de ley para los políticos afines o necesarios para aferrarse al poder y otra severa para el resto de ciudadanos, ya no estamos hablando de democracia. Estamos hablando de otra cosa.

España no merece un gobierno que se justifica diciendo "o yo, o el caos". Eso no es liderazgo. Eso es chantaje. Y la democracia no se construye con chantajes, sino con respeto, transparencia y responsabilidad.

Quien no respeta al pueblo no merece gobernarlo.

Pedir perdón en política es dimitir y dar la voz al pueblo soberano.

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