Lo que nos faltaba: otra huelga de médicos
Lo que nos faltaba en este país era otra huelga de médicos. Y no porque no tengan razón en muchas de sus reivindicaciones -que seguro la tienen-, sino porque, una vez más, los perjudicados seremos los ciudadanos de a pie, los pacientes que ya llevamos tiempo sufriendo una sanidad pública que hace aguas por todos lados.
No olvidemos que el deterioro de nuestra atención sanitaria empezó o se agudizó precisamente tras la anterior huelga. Desde entonces, hemos ido cuesta abajo: listas de espera interminables, citas con el médico de cabecera en días, con el especialista en meses, y soluciones médicas que muchas veces llegan cuando ya no hacen falta o llegan tarde. Llamar a esto "Sanidad Pública" es un eufemismo: es más bien una estructura pesada, ineficiente y, en muchos casos, negligente.
Mucho se habla del derecho a huelga -de si deben tenerlo jueces, fiscales, ahora médicos-, pero se habla poco de los pacientes. Dejar de atender a quienes ya están desatendidos no es una forma de protesta, es una doble injusticia. Y que conste: no critico a los buenos profesionales, que los hay y muchos, y probablemente tienen sobrados motivos para quejarse. Pero aquí, como en tantas cosas, pagan justos por pecadores.
Las huelgas, en su origen, eran cosa de trabajadores explotados. Se entendía su lucha porque se podía comparar claramente: salario con productividad. Ahí estaba la base de una huelga con sentido: trabajabas mucho, cobrabas poco. Hoy, en el caso de la Sanidad Pública, me pregunto: ¿estamos en esa situación?
Porque si producir es atender a tiempo, diagnosticar, tratar y resolver, no estamos produciendo. Hoy la sanidad pública funciona a destiempo. Y una atención médica tardía no es solo un mal servicio: es una negligencia, es un riesgo para la vida. No es sanidad, es burocracia con bata.
Y aquí viene la pregunta incómoda: ¿tiene sentido seguir manteniendo este armatoste público si no cumple su función esencial? Lo mantenemos con nuestros impuestos, sí, pero solo parece eficaz para garantizar empleo y atención a miles y miles de trabajadores y familiares del sistema. La efectividad para el paciente, que es lo único que debería importar, está cada vez más en entredicho.
Y mientras tanto, el gobierno -este, el de Sánchez- sigue vendiéndonos el cuento de que "vamos como motos". Pero todos sabemos que esa moto está gripada. Los sueldos estancados, el coste de la vida disparado, el empleo que se crea es precario, estacional, de camareros y propinas. Un país que basa su economía en el turismo y desatiende la industria, el campo y los sectores estratégicos está condenado a empobrecerse sin remedio.
Así que sí, los médicos pueden tener razón en su protesta. Pero los ciudadanos también tenemos derecho a que nos digan la verdad: que nuestra Sanidad Pública ya no funciona como debería, que no está a la altura, y que mientras sigamos cerrando los ojos y maquillando las cifras, todo irá a peor.
Las huelgas ya no son lo que eran. Y lo que antes era lucha obrera ahora empieza a parecerse demasiado a otro síntoma más de un sistema que ni cura ni se cura.
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