Cuando vivir no es lo mismo que existir
Desde que nacemos, parece que nos entregan un manual invisible, un libreto ya escrito que dicta cómo debe ser nuestra vida: ir al colegio, sacar buenas notas, elegir una profesión "seria", de esas que garantizan estabilidad económica. Luego viene el trabajo, el matrimonio, los hijos. Todo perfectamente estructurado, como si la vida fuese una receta que simplemente hay que seguir sin cuestionarla.
Desde pequeños se nos instruye para obedecer sin preguntar, para avanzar sin detenernos, para producir sin descansar. Nos enseñan que mostrar emociones es signo de debilidad, que dudar es perder el tiempo, que parar es fallar. Si en algún momento decides levantar la voz, si expresas cansancio o confusión, rápidamente te etiquetan como alguien frágil, hipersensible, "de cristal".
Sin embargo, pocos hablan del desgaste silencioso que implica vivir cumpliendo expectativas ajenas. Ese agotamiento profundo que nace de llevar una vida que no se siente propia. De actuar como si todo estuviera bien, mientras por dentro se abre paso una pregunta inquietante: "¿Esto es lo que realmente quiero para mí?". Ese tipo de cansancio no proviene de la fragilidad, sino de la desconexión con uno mismo. De haber aprendido a agradar a todos, menos a ti.
Nos educaron para adaptarnos al molde, para ajustarnos al sistema, no para detenernos a explorar quiénes somos de verdad. Nos inculcaron la idea de que hay un único camino correcto y que desviarse de él es peligroso. Así, caminamos por senderos trazados por otros, sin saber hacia dónde nos conducen ni por qué deberíamos seguirlos.
Y cuando alguien decide romper ese guion y detenerse, reflexionar o cambiar de rumbo, es juzgado con dureza. Se le acusa de ser débil, flojo, inestable. Nos han hecho creer que la fortaleza reside en aguantar, en resistir, en no romperse. Pero lo cierto es que muchos de nosotros no somos frágiles, sino que estamos profundamente agotados por tener que fingir una vida que no sentimos como nuestra.
En realidad, lo verdaderamente valiente no siempre es avanzar a toda costa. A veces, el mayor acto de coraje consiste en parar, en escuchar tu voz interior, en poner en pausa el ruido externo y atreverte a tomar decisiones que no encajan con lo que se espera de ti. Es evidente que, encontrar sentido en un mundo que constantemente te impone lo que debes ser, no es fácil. Requiere fuerza, conciencia y, sobre todo, honestidad.
Y quizás, uno de los gestos más valientes que podemos tener en esta vida no sea seguir adelante sin cuestionar... sino tener el valor de decir "no".
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