¿Somos los sapiens tan inteligentes como nos creemos?
Si la luz del Sol tarda ocho minutos en recorrer los 152.086.823 kilómetros que lo separan de nosotros, un poco más lejos parece que está la luz de la estrella Eärendel, que también forma parte del universo observable. Ha tardado en recorrer los 265.000.000.000.000.000.000.000.000 kilómetros que nos separan la friolera de veintiocho mil millones de años luz. Esa estrella brilló cuando el universo se creó, y solo ahora vemos su eco. Sin embargo, aquí estamos nosotros los sapiens, en un pequeño planeta, con vidas que apenas rozan un pestañeo cósmico... y aun así nos creemos eternos, sabios, importantes y mucho más listos y poderosos que el vecino de al lado.
¿Por qué somos tan ilusos?
¿Acaso porque nuestro ego es un mecanismo de defensa, dándonos una sensación de control ante la inmensidad y la incertidumbre? O nos creemos mejores, más listos, con más razón, porque aceptar lo contrario (que somos breves, limitados, ignorantes en el gran esquema) da vértigo. O también porque vivimos reducidos en nuestra pequeña escala humana a lo inmediato, lo social, lo tangible... Y eso estará bien, no lo sé, pero el problema es confundir eso con la totalidad en la que vagamos a merced de quien nos mueve. Cuando miramos al cielo y nos preguntamos lo que realmente significa ver las tan lejanas estrellas que componen el universo, uno se da cuenta de que somos una chispa en la noche. Y si lo llegamos a entender tal vez dejemos de juzgar, de castigar y retirar pagas a empleados indefensos, de levantar bulos y calumnias, de competir por tonterías, de tratar de destrozarnos unos a otros con palabras, gestos y acciones que, muchas veces, son bastante peores que las armas. A ver si es posible que, de una vez por todas, empecemos a vivir con más humildad, respeto y asombro.
Quizá, amigo lector, el secreto esté en algo tan simple como lo es el ser conscientes de lo pequeños, jóvenes e indefensos que somos... (solo llevamos 300.000 años sobre la faz de la Tierra), sin dejar de maravillarnos por estar aquí. Si desaparecemos, seguro que nadie del resto del universo nos notará en falta.
Levanto mi bolígrafo haciendo una pausa, miro al cielo, y me acuerdo de Paquito, aquel pescador amigo que un día me contaba: "Estábamos mi amigo Manuel y yo pescando congrios en silencio en medio del mar, una noche de julio, desde mi lancha, y me espetó Manuel: "Oye Paquito, ¿existirá el cielo a donde se dice que vamos algunos de nosotros después de la muerte?". Me atreví a contestarle a botepronto: "Imposible el saberlo todavía, con la distancia que hay hasta llegar a él aún no llegó el primero que se fue".
Estos pequeños razonamientos ante tanta incertidumbre, amigo lector, me invitan a compartir contigo la pregunta: ¿De verdad los sapiens somos tan inteligentes como nos creemos?
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