Inseguridad, violencia y la hipocresía de algunos discursos
Cuando se habla de violencia e inseguridad, no se trata únicamente de que unos pocos energúmenos cometan delitos, sean de la nacionalidad que sean. Lo que realmente despierta la rabia de muchos ciudadanos -y por lo que a veces se dicen cosas que quizás no deberían decirse- es cuando ocurre algo como lo de Torre Pacheco, donde un anciano es brutalmente agredido por tres jóvenes que, si estuvieran trabajando o estudiando, no tendrían ni tiempo ni necesidad de atacar cobardemente a una persona indefensa.
Porque sí, es importante decirlo claramente: si estás en un país que te acoge, tu comportamiento debe ser ejemplar. No por miedo ni sumisión, sino por simple respeto a una sociedad que te ofrece oportunidades. Eso no es racismo, es sentido común, y lo dicen incluso muchos inmigrantes honestos que están integrados y trabajan cada día por salir adelante. Son ellos los primeros en señalar que al que comete delitos graves hay que expulsarlo sin miramientos, porque así se evita que todos los inmigrantes acaben siendo juzgados por las acciones de unos pocos.
Lo más preocupante es la reacción política y mediática que sigue a este tipo de sucesos. Los partidos que promueven o facilitan la inmigración irregular, ya sea por razones ideológicas o intereses políticos, reaccionan con escándalo si alguien osa señalar que estos hechos generan una sensación de inseguridad. Pero esos mismos partidos no dudaron en montar una cacería pública cuando se trató de un beso en una celebración, que, sin entrar a justificarlo, está a años luz de la gravedad de una paliza a un anciano.
En ese caso -el del beso-, se rasgaron las vestiduras, generalizaron y lanzaron campañas enteras contra los hombres. Ahora, cuando otros partidos hacen lo mismo -es decir, generalizar desde un extremo ideológico opuesto-, se escandalizan. No porque no deban criticarse esas generalizaciones (ambas lo merecen), sino porque la doble moral y la hipocresía se vuelven evidentes.
Los extremos, como tantas veces ocurre, terminan tocándose. Uno señala a todos los inmigrantes. El otro señala a todos los hombres. Y ambos olvidan que la responsabilidad penal debe ser individual, pero que las políticas públicas no pueden basarse en el miedo al qué dirán, ni en cálculos partidistas.
El Estado y el Gobierno tienen una obligación clara: prevenir la violencia y castigar con severidad a quienes la ejercen, sin importar su origen. La ley debe ser firme, justa y aplicarse con contundencia. Y si un inmigrante agrede de forma cobarde y salvaje, debe ser expulsado. No por racismo, sino por proteger al resto de inmigrantes y al conjunto de la sociedad.
Pero aquí llegamos al punto más grave: el propio Gobierno, que debería ser el garante de la ley y la seguridad ciudadana, está instalado en una lógica de impunidad, clientelismo y cesión constante ante los extremos. Es un gobierno que blinda a corruptos, perdona a delincuentes y negocia con fugados de la justicia a cambio de poder. Y es ese mismo gobierno el que ha permitido que partidos del otro extremo -por la izquierda- impongan leyes marcadas por el sectarismo ideológico, por el señalamiento sistemático al hombre como sospechoso por defecto, y por una visión profundamente injusta de la igualdad.
Lo más irónico es que quienes ahora se indignan porque se relacione inmigración con inseguridad son los mismos que han generalizado sin rubor cada vez que un hombre ha cometido un crimen machista. Han construido un relato en el que el hombre, por defecto, es culpable, y han aprobado leyes sin defensa posible ante una simple acusación. Casos como los de Monedero o Errejón han dejado en evidencia esta incoherencia. Eran los que daban lecciones, los que exigían una moral superior, y ahora podrían acabar juzgados por esas mismas leyes que ellos mismos impulsaron.
Podría resultar hasta cómico si no fuera porque detrás de esa hipocresía legislativa y discursiva hay vidas destruidas, libertades vulneradas y una sociedad profundamente dividida.
No se puede legislar desde la frustración. Y mucho menos desde la hipocresía. Si algo necesita hoy la política es responsabilidad, justicia sin sesgos y respeto por quienes cumplen las normas, sean de aquí o de fuera.
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