Gijón, una joya sin vitrina
Vine a Gijón desde Madrid por amor, y decidí quedarme porque esta ciudad tiene alma. Y cuanto más tiempo pasa, más me duele ver cómo una ciudad con tanto encanto vive muy por debajo de su potencial. No le falta historia, ni carácter. Le falta visión.
Gijón posee algo que muchas ciudades envidiarían: la Laboral, un edificio majestuoso, lleno de historia y potencial. Sin embargo, no proyecta al exterior lo que sí han logrado el Centro Botín en Santander o el Guggenheim en Bilbao. ¿Por qué? Porque la rodea una ciudad sin rumbo estético claro, sin una visión de conjunto que la potencie.
La belleza urbana no depende solo de sus hitos, sino de todo lo que los acompaña. En Gijón abundan los locales cerrados, los bajos vacíos, pero, sobre todo, las fachadas dispares en altura, color y materiales. Ese ruido visual no enamora, impide que la ciudad emocione y enamore. Nos falta alma compartida, coherencia y ambición.
No podemos seguir siendo una ciudad de verano. Gijón debe vivirse todo el año. Y eso se logra con proyectos valientes, que apuesten por lo bello, lo útil y lo que nos define. La Ería del Piles, por ejemplo, es una oportunidad única: podría convertirse en un espacio emblemático con arquitectura industrial clásica -ladrillo y vidrio-, abierto al mar, con locales llenos de vida y un diseño que conecte la ciudad con su identidad marinera.
Imaginemos ir más allá: un proyecto gastronómico que una campo y mar, con una escuela de alta cocina vinculada a la Laboral y a la cocina asturiana, recuperando su uso residencial para estudiantes y conectándola con el tejido urbano. Gijón podría ser referencia, como lo son muchas ciudades del norte de Europa, pero con carácter propio.
Y, mientras tanto, hay pequeños gestos que pueden tener un gran impacto: revitalizar Cimavilla como barrio vivo y entorno hotelero, iluminar por las noches el "Elogio del horizonte", rediseñar calles y plazas con criterios actuales de convivencia, accesibilidad y belleza, o soterrar el tráfico del Muro para convertirlo no solo en un gran paseo peatonal, sino también de ocio frente al Cantábrico.
Gijón siempre ha mirado al mar; ha llegado el momento de que la ciudad también lo refleje y le devuelva esa belleza y armonía que tanto nos inspira. La oportunidad y el potencial están ahí. Solo hace falta creer en Gijón y dejar de conformarse.
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