Indecencias que provocan hastío y desolación
No es posible que Dios haya creado al hombre a su imagen y semejanza, después de haber oído vomitar lodos biliares al ogro mayor de la caverna política sobre el jardín sepulcral de la memoria, abonado con el detritus putrefacto que exhalan los radicalismos exacerbados en un país maltratado por el odio y el rencor secular nacido de las entrañas del absolutismo patriótico y oligárquico. Y no es que algunos patrioterismos periféricos envueltos en banderas identitarias excluyentes sean mucho mejor, aunque lo disimulen con quejidos y lamentos de cantares de ciego.
Mientras unos sueñan con expulsiones masivas de emigrantes sin cartera y hablan de identidad cultural, ideología de género, movimiento woke y patriotismo, otros añaden a la convergencia discursiva insidias de camposanto cargadas de vileza repulsiva, de maldad amoral. Lo malo de una lengua desatada es que despierta la curiosidad malsana del buscador de historias, y hete aquí que la encuentra en Pontedeume, en la rebotica lúgubre de dos farmacias: una, regentada por la protervidad, acogida bajo el manto sangriento de las mesnadas golpistas, ricos y avariciosos sin escrúpulos, incardinados en el despotismo franquista. Otra, de talante humanista, al servicio de los pobres y desheredados de Pontedeume, masacrada y desmembrada por mor de las apetencias malsanas de riqueza fácil de la primera, que pide a la furia desatada de la facción antidemócrata la cabeza del boticario republicano servida en bandeja herodíana. Triste final para el Tadeusz Pankiewicz de Pontedeume y su familia. Al menos, el polaco tuvo el placer de evidenciar ante el tribunal de Núremberg el horror nazi; al gallego lo privaron de esa opción balsámica. Llevada al presente político la historia wagneriana descrita por Antonio Maestre, pareciera que Dios los cría y Franco los une bajo el pegamento de un nacionalcatolicismo pragmático heredero de la farsa moral judeocristiana que trasciende la vida del dictador para llegar hasta nuestros días. Incluso más allá. Estoy seguro.
Y por si este país, cruce de lenguas y culturas, tuviera pocos sobresaltos con un Congreso de Diputados endiablado, las miserias de la corrupción, los aranceles, la financiación autonómica, los desastres naturales, el sueño utópico del acceso a la vivienda y la emancipación, además de todos esos nombres propios que nos quitan el sueño, se une al coro de arcángeles el presidente de la Conferencia Episcopal para echar más leña a la caldera de Pedro Botero, conocido en la esfera terrenal por su apellido paterno, Sánchez. ¿Qué ventajas espera conseguir el excelentísimo y reverendísimo señor arzobispo de Valladolid eligiendo el bando de la intolerancia, y, sobre todo, qué credibilidad tiene una Iglesia española desviada del credo durante los años sangrientos de la dictadura? Esa Iglesia envilecida, unida al poder económico y dueña de medios de comunicación que un día tras otro procuran la desunión social proyectando sus fobias sobre el pueblo llano, al que amedrentan con invectivas violentas. Después se quejan del vaciado de iglesias y seminarios y de la ruina en el negociado recaudador de diezmos y primicias. Y es que la fe no puede venderse al poderoso sin esperar la represalia del abandono ejercida por los humildes.
Con ser mala y perversa la corrupción, es infinitamente peor la sensación de orfandad y abandono público instalada en una fracción, no sé si grande o pequeña, de la sociedad española. Se tiene la percepción de que al menos una parte significativa de la Justicia es injusta, excesivamente corporativista y partidista, y que adolece de déficit democrático al anteponer la defensa ideológica a la verdadera ética esperable en un pilar del Estado. Que la Policía está al servicio de la causa patriotera ultraconservadora. Que en la prensa canalla no tienen cabida los principios éticos profesionales, y que la mentira publicada cala como lluvia fina en una sociedad permeable a las falsedades hipócritas y serviles. Que no existe empatía social y política con quienes mantenemos realmente el Estado del bienestar, y, lo peor, la casta perdió el respeto a la sociedad para la que dice trabajar. Llegan a lo más alto del escalafón político, que es la representatividad popular nacional, charlatanes de feria, personajes sin escrúpulos ávidos del poder inmediato a costa de lo que sea, incluso de la destrucción institucional y moral de todo un país ante las autoridades comunitarias y extracomunitarias. Azuzados por los verdaderos dueños del mando giroscópico, recurren al BOE para pagarles con creces los réditos en la venta de sus almas y nuestros sudores presentes y futuros. Así parece estar montado el nudo gordiano de la política nacional y los poderes del Estado desde los mandatos corruptos de Felipe González y José María Aznar hasta nuestros días, aprovechado por una ultraderecha en auge, envalentonada y sin filtros de moderación.
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