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La perplejidad de un adquisidor de material deportivo

19 de Julio del 2025 - Javier Cortiñas González (Villaviciosa)

Además de eso, a destiempo, cuando en los tiempos de uno la actividad deportiva ya ocupa una posición intermedia, por no decir baja, en la lista vital de prioridades; que suele ser consecuencia de un sobrevenido y repentino entusiasmo inusitado, casi siempre pasajero, por hacer deporte. A veces impulsado por personas ajenas, de la categoría de amistades o conocidos, que te proponen un descenso por barrancos y cascadas adecuado a tu edad y estado físico, o unas simples caminatas por rutas históricas de distinta índole, de solo unos veinticinco kilómetros diarios, por alguna senda de las que usaban los pastores trashumantes del Neolítico, entre dólmenes y menhires. Claro, caes en la trampa y picas, porque en el fondo te crees que sigues estando en tus mejores 20 años.

Después de barajar varias opciones se decidió realizar cinco etapas del Camino de Santiago por tierras lindantes entre Asturias y León. Y aquí es donde comenzaron los primeros desasosiegos, porque, al comentar los preparativos, salió el tema de la indumentaria. Se me ocurrió decir que había pensado en llevar ropa normal, como mucho un impermeable por aquello de las lluvias de primavera y unas botas de cuero que tenía casi sin estrenar. Ante semejante idea me pusieron pingando por cateto, diciéndome que tenía que llevar el equipo adecuado de ropa, calzado y otros complementos. Además, me tacharon de ignorante por desconocer el famoso sistema de las tres capas, para mí tan desconocido como las prendas de la ropa de ceremonia de los indios Tabajaras. Más me parecía que nos estábamos preparando para expedición por lugares ignotos de complicada orografía y climatología que para recorrer algunas etapas, quizá con alguna dura pendiente, del más que conocido Camino Francés del apóstol Santiago.

A los pocos días me presenté en un conocido centro de material deportivo, donde me vi sumergido en un mundo alucinante y desconocido. Bastante desorientado, me dirigí a la primera empleada que encontré disponible. Después de ponerle al corriente de la aventura a la que me había comprometido, le pedí que me aconsejara sobre lo que necesitaba adquirir. Como le insinué algo de las capas, aprovechó ella para darme una lección magistral, más que explicarme en concreto en qué consistía el sistema de las tres capas de ropa, que era conveniente llevar con el fin de adaptar la vestimenta a las condiciones ambientales, para estar lo más cómodo posible, evitar sudoración, deshidratación o hipotermia.

Resumiendo, lo que saqué en claro es que la primea capa sirve para mantener el calor, evacuar el sudor y ejercer compresión sobre los músculos para aguantar mejor los esfuerzos; normalmente suele ser una camiseta hecha de poliéster, poliamida o lana merina, unos tejidos suaves que no irritan la piel. La segunda capa proporciona aislamiento térmico, manteniendo el calor corporal. Puede ser un forro polar, una chaqueta ligera de plumón. La tercera capa, la más externa para protegerse de la lluvia, el viento y la nieve. Una chaqueta impermeable, de alto número de columna de agua -un indicador de cuánta presión es capaz de aguantar un supuesto tejido impermeable- expresado en milímetros de altura de una columna de agua. Por ejemplo, un tejido de doscientos mil milímetros es bastante más impermeable que uno de mil quinientos, porque estará hecho de puro acero, lo que hará que la chaqueta resulte incómoda por su exceso de peso y falta de flexibilidad. Por eso es conveniente no abusar con tejidos que presenten una elevada columna de agua. Además de ser transpirable tiene que ofrecer protección mecánica contra rozaduras y desgarros, ser de colores vivos para ser visto no solo por depredadores como osos, lobos, etc., e incluso poder facilitar la localización en caso de rescate.

Ante semejante exhibición de conocimiento se me ocurrió preguntarle si para la primera capa no valdrían también unos calzoncillos de cuerpo entero con trampilla posterior, muy vistos en las películas del oeste, hechos de algodón, fibra natural donde la haya. Tras unos segundos de mosqueo, me respondió muy seria que la fibra de algodón no era adecuada porque absorbe la humedad y tarda en secarse. Total, que me hice con una camiseta con una frase que debía decir en tibetano algo relacionado con la defensa de nuestro planeta, un polar rojo carmesí y una chaqueta impermeable de color ocre amarillento fosforito, color que en algunos sitios se conoce como "caca de perico".

Después, la empleada a la que yo había ascendido a la categoría de "personal shopper" pero sin manifestárselo para que no se viniese arriba y acabara con una factura más que estratosférica, pasó a comentar la importancia que tenía ir bien calzado. Me repitió la retahíla de las diferentes clases de tejidos y sus propiedades, para comentar la importancia de la amortiguación de los talones, y, para eso, lo más conveniente era usar zapatillas amortiguadoras con gas en los tacones. La sensación de flotabilidad que tuve al probarlas me pareció que algo así debía sentir el dios Mercurio cuando se calzaba sus sandalias aladas. Luego se extendió en la importancia del relieve de las suelas, enseñándome unas con relieves más propios de ruedas de tractor que de calzado. Según ella, adecuadas a todo tipo de suelos, ya sea arcilloso, duro, o lleno de cantos rodados o de arenas movedizas. Mientras escuchaba sus consejos, me fijé en unas botas que me parecían más sencillas, pero al final terminé claudicando en sus consejos cuando me amenazó con la posibilidad de quedar parapléjico en medio de una caminata si no seguía sus recomendaciones. Así que terminé además con unas zapatillas superacolchadas de color negro azabache con flechas, rayas y estrellas, esta vez de color verde fosforito, especialmente útiles para verse los pies, incluso en los días de niebla, muy frecuentes en primavera. Por supuesto, hubo otra pequeña explicación relativa a los calcetines. Era la primera vez que veía unos calcetines técnicos, diseñados al parecer por la más inteligente de las inteligencias artificiales, específicos para cada pie e identificados con la letra R para el pie derecho y la L para el pie izquierdo. Elaborados con diferentes tejidos para cada zona del pie y libres de costuras. Hasta los había que cubrían los dedos como si fuesen guantes. Al preguntarle qué podría pasar en el caso de ponerse uno de estos calcetines en el pie equivocado, me respondió muy seria que probablemente se me dormirá el pie primero para, al cabo de unas horas, iniciarse un proceso de gangrena galopante. Vamos, me vino a sentenciar: "Yo que tú no lo haría, forastero".

Por no hacer la historia más larga, no comento más detalles relacionados con el resto del equipo que me recomendaba: pantalones, guantes, mochila, además de bastones articulados con punta de aleación rodio y titanio fundido en las fraguas de las profundidades de Moria, embutida en tubos de fibra de carbono doblemente entretejida.

Así salí con todo un equipo que parecía más propio de una expedición al fin del mundo que para hacer unas simples caminatas por un país civilizado, habiendo gastado una pila de euros.

Desde luego, la tecnificación y la especialización ocupan ya todos los aspectos de la vida diaria. Hablamos de disminuir nuestra huella de carbono, del ahorro de materias y materiales para las futuras generaciones, si llega a haberlas. Sin embargo, tenemos más trastos, más de todo, porque hay que tener y disponer de lo más idóneo, lo más adecuado, lo último y más caro. Por no hablar de aparatos capaces de hacer mil y una funciones de las que solo usamos la mínima parte y a veces para una única vez.

Volviendo al tema principal, recuerdo los viejos tiempos en los que, con una vestimenta más bien corriente, un bastón, unas chirucas y un gorra, te atrevías a subir, si no al Everest, por lo menos al Aneto, que estaba más cerca.

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