Nos prometieron que con esfuerzo bastaba
Durante décadas, los españoles crecimos creyendo en una idea firme: que con trabajo honrado, respeto al orden, y responsabilidad personal, uno podía salir adelante. Ese fue el pacto social que sostuvo a nuestra nación, especialmente durante los años del desarrollismo, cuando miles de familias -sin apenas estudios- levantaron hogares, criaron hijos y prosperaron sin subsidios ni discursos vacíos.
Hoy, esa promesa está rota.
Desde 1971, cuando el sistema monetario internacional se desligó del patrón oro, el dinero dejó de representar valor real, y comenzó una era de inflación estructural, deuda descontrolada y especulación financiera. Los salarios se estancaron. La vivienda se convirtió en un producto de inversión... Y el trabajo dejó de ser una garantía de dignidad.
Nuestros jóvenes heredan un país donde todo lo sólido se ha desvanecido. Se les exige formación, movilidad, idiomas, sacrificio... pero no se les ofrece un sueldo digno ni la posibilidad de fundar una familia. La edad de emancipación supera ya los 30 años, y no por capricho: simplemente, no pueden permitirse otra cosa.
Y mientras tanto, se impone un modelo laboral basado en la entrada masiva de inmigración descontrolada, que presiona a la baja los salarios en sectores clave y debilita aún más las condiciones laborales. No se trata de culpar al inmigrante -que también es víctima del turbocapitalismo depredador "blackrockiano" sostenible y resiliente-, sino de señalar la irresponsabilidad de quienes han utilizado esa mano de obra para abaratar costes y fragmentar el tejido social.
Porque no hay nación fuerte sin una clase media fuerte. Y no hay clase media sin estabilidad, propiedad y trabajo digno. La España que construyeron nuestros abuelos, con sueldos modestos pero seguros, no tiene nada que ver con esta economía de la precariedad, donde se vive al día, sin hijos, sin techo, sin futuro.
Cuando oigo a multimillonarios como Jack Ma hablar de trabajar 12 horas al día como si fuera una bendición, sólo puedo pensar que estamos ante una estafa moral. No se trata de trabajar más, sino de recuperar el valor del trabajo bien hecho, de proteger al trabajador nacional y de restaurar el orden natural: que quien cumple con su deber pueda vivir con dignidad.
Es hora de volver a lo esencial: familia, propiedad, trabajo y comunidad. Sin eso, todo lo demás es humo.
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