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Modernidades en el Museo de Grandas

26 de Febrero del 2011 - José Legazpi (San Esteban de las Dorigas (Salas))

En recientes declaraciones de la actual dirección del Museo Etnográfico de Grandas de Salime se habla de aportar modernidad a la entidad, tanto en su logotipo como en su gestión. Con frecuencia, hoy en día, el término modernidad se utiliza de forma confusa y recurrente para justificar intervenciones desafortunadas, en las que un buen número de bienes patrimoniales se bastardean y desnaturalizan. Convendría tener en cuenta que la modernidad, como las vanguardias o las modas, no forman parte de los elementos constitutivos de los conceptos, son tan solo partes circunstanciales de un sistema morfológico, y el valor de una morfología, en este caso la que constituye un logotipo que se pretende modernizar, reside en la mayor o menor eficacia representativa del símbolo respecto a los intereses de la marca. Aunque la renovación de un logotipo no es en sí algo negativo, a no ser que se resienta su eficacia, muchas empresas consideran que sus tradicionales imágenes de marca podrían aportar un valor añadido a su clásico buen hacer. Resulta paradójico que para justificar los cambios la nueva dirección del museo recurra a la necesidad de una «gestión moderna» y, sin embargo, para los accesos al museo se dé por bueno –e incluso «atractivo» y «encantador»– el estado de unas carreteras que obedecen a una gestión de los tiempos de Maricastaña. Va a ser que la modernidad «ten días».

Abundando en las aplicaciones de la modernidad, la dirección del museo las extiende al modelo de gestión, metiendo dentro del mismo saco la gestión administrativa y la gestión cultural, al tiempo que define al museo como «una institución que tiene una personalidad propia como para que se la valore por sí misma, no por quien la dirige», pues «la idea de personalizar un museo no es del siglo XXI. No se hace ni con la colección del barón Thyssen». Es decir, se reivindica una gestión impersonal. Se puede estar de acuerdo en que en una gestión administrativa cuadren mal los personalismos, pero tratar de despersonalizar la gestión cultural suena a sublime chorrada, a no ser que se esté hablando de un simple almacén, o a los objetos se les suponga particular capacidad de organización. Respecto a la colección Thyssen, nadie duda de su buena gestión administrativa, ahora bien, el carácter de la colección es fruto de una gestión personalísima y hasta caprichosa de la saga familiar. ¿Cómo se podría entender la índole de la colección de artistas modernos asturianos del Museo de Bellas Artes si no fuese por la particular impronta y criterio de sus directores? Y de nuevo lo paradójico, se dice en declaraciones que el museo «es particular, no tiene vitrinas, no tiene paredes... cuando piensas en un museo no piensas en algo así, pero éste tiene y es historia. Pone imagen y escenario a las historias de antes». ¿En qué quedamos?, ¿existe o no existe una gestión específica y personal bien controlada? Y, si así fuese, ¿quién mejor para dar carácter y escena a una colección de elementos de la cultura popular que alguien que se crio entre ferreiros, carpinteiros, canteiros, torneiros... del occidente asturiano? Ahora, bien, si de lo que se trata es de borrar toda huella del anterior director, de su personal gestión cultural, ándese con tiento y tino quien tal lo procure, ya que podría darse el caso de que, en buena lógica, el museo quedase reducido a una colección de espacios vacíos.

José Legazpi, artista plástico

San Esteban de las Dorigas (Salas)

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