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Sobre el sistema VioGén y sus contradicciones

21 de Julio del 2025 - José Viñas García (OVIEDO)

He leído con atención dos cartas al director con posturas opuestas respecto al sistema VioGén, ambas firmadas por mujeres. El contraste entre ellas resulta tan revelador como significativo. Sin ánimo de polemizar, encuentro que la segunda carta refleja mejor la realidad. La primera parece escrita desde el resentimiento, bajo una mirada que generaliza y transforma a todos los hombres en machistas y potenciales agresores. Se olvida de que, históricamente, hombres y mujeres han sido complemento indispensable para la supervivencia y el desarrollo de la vida misma. La existencia se sostiene en la cooperación, el afecto y la convivencia, no en la confrontación ni el odio entre los sexos.

Resulta paradójico que algunas de las voces más críticas contra el hombre -las que han contribuido a distorsionar la ley hasta volverla abiertamente discriminatoria- sean también las que promueven con fervor identidades sexuales múltiples, fluidas, cambiantes, infinitas. Todo parece válido, excepto la masculinidad tradicional, constantemente demonizada. Pero ese es otro debate.

VioGén nació, en teoría, con buenas intenciones: prevenir y proteger ante la violencia de género. Sin embargo, ha acabado intentando anticiparse a lo incontrolable: los conflictos íntimos y personales de personas que conviven, muchas veces no por deseo, sino por necesidad. Relaciones marcadas por la precariedad económica, la crianza de los hijos, las deudas, las enfermedades, las adicciones, el miedo a quedarse solos. ¿Cómo puede un sistema externo pretender gestionar o resolver lo que ocurre puertas adentro, cuando ni siquiera el Estado garantiza las condiciones mínimas para una vida digna?

Porque la verdadera violencia muchas veces no viene del hogar, sino de las instituciones: trabajos inestables, salarios insuficientes, alquileres imposibles, ayudas inexistentes para la dependencia, la infancia o la vejez. Pese a ello, se siguen alimentando estructuras burocráticas que consumen grandes presupuestos y generan notoriedad, pero que poco o nada solucionan. Chiringuitos que viven de la tragedia ajena, sin abordar sus raíces.

El sistema VioGén, según el Ministerio del Interior, se basa en la detección del riesgo para aplicar medidas preventivas. El problema empieza cuando se introducen criterios tan ambiguos como lo "no apreciado". ¿Cómo puede considerarse un riesgo real algo que ni siquiera se ha manifestado? Es aquí donde la lógica se retuerce, y con ella, los derechos fundamentales. Una denuncia sin pruebas o una simple suposición pueden marcar para siempre la vida de un hombre. Por eso respaldo la contundencia de la mujer que responde en su carta a la anterior: no se puede permitir que un indicio incierto o una denuncia infundada sirvan para imponer medidas que rompen familias y arruinan vidas.

Por supuesto, toda agresión es condenable. Uno solo de esos casos ya sería demasiado. Pero la ley no puede construirse sobre la excepción. La justicia debe ser ciega, imparcial, y sobre todo, igual para todos, todas y todes -como dirían quienes promueven un lenguaje inclusivo que, curiosamente, también ha sido ideológicamente instrumentalizado.

No quiero dejar fuera un factor muchas veces ignorado: el alcohol. Droga legal, omnipresente en celebraciones, eventos y reuniones sociales, pero que está detrás de un enorme porcentaje de episodios de violencia doméstica, y sin embargo se trivializa. Parece más cómodo culpar al género que analizar los verdaderos detonantes.

Mientras se destinan millones al VioGén, nadie habla de otras tragedias sociales igual o más urgentes: el suicidio (que afecta mayoritariamente a hombres), la muerte en soledad de ancianos (principalmente mujeres viudas), o los problemas de salud mental que arrastran miles de familias. Estas realidades no reciben titulares, ni subvenciones, ni respaldo institucional comparable.

No olvidemos que una discusión no es sinónimo de violencia. Es parte natural del desacuerdo humano. Y en muchos casos, la reconciliación -esa que fortalece y renueva los vínculos- queda imposible si entre medias intervienen terceros amparados por una presunción de riesgo basada en lo intangible. Convertir el desacuerdo en delito, o la tensión emocional en amenaza, es criminalizar lo humano.

Y es precisamente ahí donde más daño hacen las llamadas "asesoras morales", que desde sus púlpitos ideológicos creen saberlo todo. Muchas veces dirigidas por personajes como Monedero o Errejón, ejemplos de contradicción permanente y de una hipocresía sin medida.

José Viñas García

OVIEDO

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