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Eva, la Soberana lidia y Hécaba la Cisseana

7 de Marzo del 2011 - Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez Maldonado (Luarca)

De Yahvé Dios es la pregunta y de Adán la cobardía. Eva, generosa madre de todos los vivientes, cubre pudorosa, con los brazos cruzados y las palmas de las manos, la bondad de sus pechos. Años después, Eva conocerá, sin haberle sido anunciado, el mayor dolor, la muerte de un hijo a manos del otro. Vergüenza y dolor, sufre Eva; mayor, sin embargo, el dolor.

Cuenta Herodoto que el rey lidio, Candaules, de los heraclidas, era incapaz de cumplir como varón si no era de modo indecoroso. Necesitado del guión literario que avivara sus fantasías, conduce al privado Gyges hasta el lado de la penumbra, en el lugar que el Todopoderoso reservó para decoro del hombre y la mujer que han de yacer juntos. La soberana, firme en lavar su honra y discreta en llevarlo a cabo, obliga a Gyges a empuñar la daga, manchar sus manos con la sangre de Candaules y, una vez viuda, tomarla por mujer.

Brazos caídos, espada aún en mano, al pie de la muralla de Ilios, Príamo yace con una lanza en el pecho. Desleal Polimestor el quersonesiano, empuñando la espada de la codicia, enrojece las aguas del Helesponto con la sangre de Polidoro, último de los Priamidas y nacido de la Cisseana y de Príamo. En el Egeo, inmóvil la armada de todos los helenos, el espectro del sanguinario Akileo, hijo de Peleo el acayano, exige que le sea dada por compañera de tumba a Polixena, desventurada niña, hermana de Héctor y Polidoro. En la tienda del oprobio, y Hécaba presente, Agamenón ara en la vergüenza de Casandra, hija de la Cisseana y del Priamida, rey de todos los frigios. Las manos del capricho han puesto fin a los días de la que, con sus besos, ha endulzado las noches del Atrida. En tierra quersonesiana, en la tienda de Agamenón, el ondulado lamento de una madre, el de Hécaba la Cisseana, es ahogado entre risas de generales victoriosos.

Él, el Justo y Misericordioso, concede a Eva el poder sufrir, lejos de la mirada de extraños, por el fugitivo y errante Caín y la pérdida de Abel. Candaules, desde el Tártaro, se venga, convirtiendo en mercancía pública el nuevo estado de la soberana. Inexorable la fatalidad, Hécaba la Cisseana tiene enlutada el alma.

Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez Maldonado

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