Los despropósitos de una sala de lectura pública
La verdad es que reflejar en unos breves renglones las sorpresas que a diario nos brinda la sala de lectura de periódicos y revistas de la biblioteca pública «Pérez de Ayala» de Oviedo no resulta tarea fácil por cuanto que todo tipo de despropósitos se dan en este recinto de silencio y reflexión, que está bastante lejos de conseguir estos dos objetivos que le son inherentes.
Para empezar cabe aludir a la falta de calefacción en los días menos esperados y en los momentos de mayor frío ambiental, al mismo tiempo que la falta de sillas para que los lectores puedan acomodarse. A todo ello hay que agregar conversaciones en grupo a grito vivo por parte de no pocas personas a las que se unen las voces y las carreras de niños que parten de un pasillo anexo.
Seguidamente aparece el ruido insoportable que sale de las ruedas de un carrito de distribución de libros, un ruido mucho mayor que el que producían las ruedas del antiguo trenecillo minero que transportaba carbón desde El Entrego a los hornos altos de La Felguera, atravesando algunas localidades, sin que produjera tantas molestias entre el vecindario como las que ocasiona el carrito de marras.
Pero por si todo lo expuesto y lo que queda sin exponer, constituye un conjunto de irregularidades incalificables, la guinda la acaba de poner hace unos días la consejera de Cultura, quien en su cadena de desaciertos desde que ocupa el cargo no se le ha ocurrido más ahora que hacer economías, retirando casi el cincuenta por ciento de los números de periódicos del centro.
Sucede esto cuando precisamente cada día es mayor la afluencia a la sala de lectura de jóvenes que consultan las páginas de anuncios en busca de un trabajo, de jubilados a los que su pensión no les permite hacer dispendios, de parados que buscan un sitio más o menos agradable donde ocupar sus horas de ocio, de personas interesadas por el desarrollo de la difícil situación económica actual, y así un largo etcétera.
Debido a esta situación con ribetes kafkianos, han sido ya bastantes las quejas elevadas por escrito, como exigencia previa inapelable, a la directora de la institución bibliotecaria, quejas que mucho nos tememos no surtan efecto, vistos algunos antecedentes parecidos, dada su incapacidad manifiesta o su «a mí plin» de la citada funcionaria, responsable por ende de la buena marcha de un servicio público.
¡Y lo cierto es que la cosa resulta intolerable!
César Álvarez
Oviedo
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