Ya estás con Papín
Uno va escribiendo historias en el libro de la vida y muchas de ellas son regalos maravillosos que nos regalan desde el cielo.
Uno de esos regalos fue para muchos la vida de Armando (sacerdote). No tengo la potestad de santificar a nadie ni quiero, pero quiero compartir las virtudes que este buen hombre, desde su condición de sacerdote, puso a disposición de aquellos con los que se encontraba en el camino de la vida: virtuoso, piadoso, misericordioso, justo, humilde, fiel, íntegro, compasivo, orante, entregado, abnegado, caritativo, paciente, esperanzado, ejemplar, testimonial, apostólico, misionero, evangelizador, profético ejemplo de saber perdonar y amar a las personas.
Llorar por ti no encajaría en aquello que nos trasmitías mientras andábamos de camino contigo. Estoy convencido de que dirías: ¿Qué hacéis llorando mirando al cielo cuando hay tanta gente a la que ayudar, amar, pedir perdón y perdonar?
En esas tenemos que andar ahora, querido amigo… Ya estás con Papín, sé que por un instante sin olvidarte de nosotros solo querrás estar con él y contarle y decirle tantos nombres y cosas que llevaste grabadas en tu corazón...
Estoy convencido de que viviremos y experimentaremos tu resurrección, que nos enviarás señales y seguirás fortaleciéndonos y haciéndonos mejores personas desde el cielo.
Estos días alrededor de tu cama comprendí y me convencí de verdad de la necesidad de perdonar y tener el corazón preparado todos los días, porque en cualquier momento podemos ponernos delante de Papín.
Gracias por todo, Armando, gracias por vivir y hacernos ver la necesidad de rumiar el Evangelio cada día, y ver que en cada rostro humano está ese Cristo al que queremos seguir e imitar.
Gracias por ser maestro de aquello que más cuesta al ser humano. Gracias por enseñarnos a perdonar.
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