Magic Johnson, en España
Cuando se supo que Magic Johnson tenía AIDS, yo venía enfermando seriamente de virtud, lo que son las cosas, y los homenajes se los llevaba él; nada que oponer seriamente, porque yo la igualdad la quiero por arriba y no por los suelos.
Poco después, desaparecía Freddy Mercury de lo mismo. El flagelo no se sabía todavía muy bien lo que era (ni ahora tampoco), más allá de una admonición moral, y al baloncestista de los Lakers no le dábamos ni unas semis de Conferencia. Había ese terror inminente de infringir las prohibiciones prescritas por el imperativo bayesiano. Se hizo un invierno muy pesado, como un sector reducido de una era más dilatada sin sol ni calor. Hubo un retorno a las fórmulas más baratas de la inocencia porque había que alimentar emociones diáfanas, que nuestras vidas se airearan al escrutinio de aquella hora, y Magic se convirtió en agente contrito de aquel edicto global por la salud del cuerpo social. Ahora se nos muestra como un visitante ilustre en la provincia servil.
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