No va de ideologías, va de defender nuestra democracia
Me asombra la candidez, la indiferencia -casi complaciente- de esta sociedad. Nos mienten en la cara, con una desfachatez que debería helarnos la sangre, y no pasa absolutamente nada. Ayer, el Tribunal Supremo confirma el procesamiento del fiscal general del Estado. No se trata de un rumor, ni de un titular sensacionalista: hablamos del máximo responsable de la acción penal del país. Sigue en prisión el actual secretario de organización del partido en el Gobierno, Santos Cerdán. Su antecesor, José Luis Ábalos, está imputado. Su mano derecha, Koldo García, también lo está, junto con la mujer y el hermano del presidente del Gobierno.
Mientras tanto, la ciudadanía permanece impasible. Dormida. Nos tragamos el incumplimiento flagrante del programa electoral. Aquel en el que se prometía no pactar con quienes finalmente fueron socios preferentes. Se nos dijo que los delincuentes y fugados de la justicia cumplirían sus penas íntegras. Hoy se les concede impunidad a cambio de votos. A corruptos. A condenados. A prófugos. Todo, para que Pedro Sánchez y sus cómplices puedan seguir aferrados al poder.
Hemos normalizado lo que habría hecho tambalear gobiernos en otras épocas. No es solo una crisis política: es una degradación moral. Nos gobiernan desde la mentira, el cinismo y la manipulación, y, en lugar de despertar indignación masiva, lo que impera es el hastío, la resignación o, peor aún, la aceptación.
Nos han domesticado a fuerza de propaganda, polarización y miedo. El relato ha sustituido a la verdad. Y cuando todo se convierte en una cuestión de "relato", cualquier escándalo puede ser relativizado, disfrazado o directamente ignorado. Así, poco a poco, se va vaciando de sentido la democracia.
Esto no va de ideologías. No es cuestión de derechas o izquierdas. Se trata de principios básicos: la verdad, la justicia, la responsabilidad pública. Y sobre todo, de una pregunta fundamental: ¿cómo hemos llegado al punto de tolerar todo esto sin alzar la voz?
Tal vez no estemos dormidos. Tal vez, simplemente, nos han anestesiado. Pero si no despertamos pronto, cuando lo hagamos -si es que lo hacemos-, puede que ya no quede país al que despertar.
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