Reza en casa. Compórtate fuera
La religión, en cualquiera de sus formas, ha sido durante siglos un refugio espiritual, una fuente de consuelo y una guía moral para millones de personas. Pero también -hay que decirlo sin miedo ni suavidad- ha sido el mejor disfraz del hipócrita, el escudo del canalla, el atajo del pecador sin propósito de enmienda.
Tomemos como ejemplo la peregrinación a Karbala, venerada por millones de creyentes musulmanes como un acto de redención, de conexión espiritual, de renovación moral. Pero la pregunta inevitable es: ¿de qué sirve recorrer miles de kilómetros si tu vida cotidiana está teñida de egoísmo, injusticia o violencia? ¿Cómo puede alguien esperar limpiar su conciencia por el simple hecho de pisar tierra sagrada, mientras sus actos siguen siendo dignos del infierno que él mismo construye?
Y esto no es exclusivo del islam. En todas las religiones se repite el mismo patrón: se promete el perdón divino a cambio de gestos rituales. Confesar, comulgar, rezar, peregrinar... actos externos que se elevan como fórmulas mágicas de redención. Pero no lo son. No pueden serlo. Y quien piense que lo son, abusa del intelecto ajeno o se autoengaña con cinismo.
No se redime el corrupto por donar una limosna.
No se salva el maltratador por arrodillarse en un templo.
No gana el cielo quien pasea santos en procesión mientras sus vecinos mueren de hambre.
Si existe algún dios, y si ese dios es justo, no perdona gestos vacíos. Perdona arrepentimientos sinceros. Y ese arrepentimiento solo tiene sentido si se manifiesta en el mundo real, en la conducta diaria, en la manera de tratar a los demás.
La moral no se mide por rezos ni por kilómetros recorridos, sino por el rastro que dejan nuestros actos en quienes nos rodean. Ser una buena persona no depende de credos ni de liturgias, sino de principios, empatía y responsabilidad. Si hay un juicio final, no será por lo que se dijo ante un altar, sino por lo que se hizo en la vida diaria.
Por sus actos serán juzgados.
Y en eso no hay religión que valga como coartada.
Ahora bien, sería injusto negar que muchas iglesias, mezquitas y templos también han sido espacios donde se han enseñado valores reales: respeto, compasión, justicia. Esa labor de educación moral nada tiene que ver con la parafernalia vacía de quienes usan la religión como disfraz.
Si existe un dios justo, no se dejará engañar por rezos ni peregrinaciones. Juzgará por los actos. Por cómo se vive, no por cómo se aparenta creer.
Recen si quieren. Caminen si lo sienten. Pero no se engañen:
Por sus actos serán juzgados.
No por sus ritos.
No por sus rezos.
Solo por sus actos.
Un apunte necesario:
Las reuniones de fieles, cuando se hacen en espacios públicos como polideportivos o parques, no dejan de ser manifestaciones de creencias personales. Pero esas creencias, por legítimas que sean, no deben condicionar la convivencia de los demás.
Tu religión es tuya, no de los demás.
Reza en casa. Compórtate fuera.
"Donde fueres, haz lo que vieres."
Y aunque gane el discurso hipócrita, del que te llamará racista o xenófobo por decir esto, lo repito sin miedo: no se puede condicionar la vida de los demás permitiendo actos religiosos en lugares públicos de uso común. Quien quiera rezar a su dios, que lo haga en casa o en templos pagados por su comunidad, por sus fieles.
El espacio público es de todos. Las prácticas religiosas deben quedarse en lo privado. Nadie tiene derecho a imponer sus creencias ocupando espacios comunes.
Otra cosa son las fiestas de arraigo local. En lo religioso, nunca estuve de acuerdo; pero en lo folclórico, sí: las procesiones, pasacalles y tradiciones forman parte de una identidad cultural compartida, que se celebra sin imponer credos.
Nada comparable con culturas y fanatismos que promueven o toleran una desigualdad clara entre hombres y mujeres, contraria a nuestro sistema democrático de derechos y deberes. Curioso, además, que ciertos partidos feministas sean los que más defienden estas celebraciones religiosas de origen extranjero. Y más curioso aún: no los ves yendo a países ricos de su misma cultura y religión -como Catar, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Kuwait o Brunéi- a defender allí su libertad, la que no tienen y exigen aquí. O vayan sus defensores occidentales a celebrar procesiones cristianas en las plazas públicas de esos países islamicos. ¿Por qué será que vienen a Barcelona, Murcia o Valencia, y no a Karbala, Riad, Doha o Abu Dabi...?
España y el racismo:
Los españoles no tienen por qué soportar que les llamen racistas por pedir estas reglas de convivencia. España no es más racista que otros países; de hecho, probablemente lo sea menos. Su historia como tierra de acogida y el hecho de ser uno de los destinos turísticos más visitados del mundo lo demuestran.
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