Mejor solos que mal acompañados
No se trata de enmendarle la plana a Bécquer -"¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!"-, pero a veces, leyendo ciertos elogios fúnebres, se agarra uno como a un flotador a esa expresión de la sabiduría popular: "Mejor solos que mal acompañados". Me refiero en concreto a "Santa Clara, el cura que creía en los pobres y no en la misa", publicado en esta sección el 6 de agosto.
Decir que los muertos se defienden mal es un eufemismo; lo único que les protege en la absoluta indefensión en que les deja la muerte es el respeto que les quieran tributar los vivos. El respeto es ese filtro de contención que mantiene las distancias e impide la fusión de biografías. Sin él, la erupción emotiva puede acarrear escorias propias (frustraciones, resentimientos, cuentas pendientes... ), de modo que el llanto termina siendo más expresivo del que llora al muerto que del difunto llorado. Santaclara me es tan desconocido como me lo es el autor del, a mi juicio, tan desacertado como sincero elogio. Nada me da, pues, vela en este entierro y, sin embargo, siento el impulso de romper una lanza en defensa del respeto.
Santaclara debió de ser un cura muy "sui generis", con un carisma muy particular, en franca ruptura con el arquetipo del reverendo de "teja y manteo" que nos llega del siglo XIX o, si prefieren un horizonte más próximo, del nacionalcatolicismo. Pero entre un perfil rompedor y el esperpento la distancia es cualitativa, ontológica. "Llevar coleta o pendiente, enamorarse o tener relaciones" cuadra con ese perfil de clérigo rompedor; por otra parte no demasiado original: el Arcipreste de Hita no debió de ser un caso aislado.
Pero un cura que apueste "por el fin de la moralidad católica medieval que sigue considerando el aborto, la eutanasia o los métodos anticonceptivos pecado" entraría de plano en la categoría del esperpento. Meter en el mismo saco el aborto y los medios anticonceptivos traduce ya una carencia palmaria de discernimiento. Pero quedémonos en lo esencial: el pecado pertenece al campo semántico de lo religioso; solo concierne a los creyentes.
El cura para el que el aborto no fuera pecado estaría dando a entender que tampoco lo considera un crimen. Lo que nos autorizaría a preguntarnos si con la dimensión religiosa no ha perdido también la humana. A la luz de la razón, con la que busco alumbrarme, el aborto es un crimen porque "soy hombre y, como tal, nada de lo humano (el nasciturus lo es) me puede ser ajeno" (Terencio). No sé si me explico.
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