Contra los toros

14 de Agosto del 2025 - Rubén Álvarez Vázquez (Gijón)

"La lucha de los toros no ha sido jamás una diversión, ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida". Esto escribió Jovellanos, en Gijón, en diciembre de 1790, y en el mismo texto añadió: "En muchas provincias no se conoció jamás, en otras se circunscribió a las capitales, y donde quiera que fueron celebrados, lo fue solamente a largos periodos, y concurriendo a verla el pueblo de las capitales y de tal o cual aldea circunvecina. Se puede por tanto calcular que de todo el pueblo de España apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo pues se ha pretendido darle el título de diversión nacional?".

Esto mismo me pregunto yo en el caso de Gijón. ¿De dónde se inventan los aficionados locales que es una actividad (no quiero llamarla "festejo") "tradicional" cuando tenemos en la plaza el mismo aforo que cuando se construyó, en 1888, en una ciudad que entonces rondaba los 20.000 habitantes y ahora tiene sobre 270.000? ¿Cuánta gente foránea asiste a las corridas de la Feria de Begoña? ¿Y cómo se puede extrapolar esto al resto de la región, afirmando sin ningún rubor que Asturias es una región "taurina" cuando de setenta y ocho municipios solo dos (nuestra ciudad y la capital) cuentan con plaza de toros y una de ellas está abandonada y sin uso alguno desde hace décadas?

Seguimos con las citas literarias, esta vez de don Pío Baroja, que no se cortaba ni un pelo: "Para mí lo repugnante en los toros es que un cobarde pueda comprar con dinero el derecho de ver cómo otro hombre se expone a que lo maten". Se esté o no de acuerdo con la vehemente afirmación del escritor vasco, está claro que las únicas justificaciones para la supervivencia de la "carnicería nacional" son los intereses económicos de los empresarios del sector y el morboso gusto del público que se entretiene contemplando cómo unos tipos vestidos "de luces" banderillean al astado para que sangre abundantemente y se debilite, a fin de que otro sujeto similar, enarbolando un trapo encarnado, lo haga correr de aquí para allá para cansarlo otro rato más y así poder acuchillarlo cómodamente al final de la representación.

La otra gran finalidad del supuesto festejo es la apoteosis y exhibición de esa idea patriótica de España que todos conocemos y sufrimos, la identificación de "lo español" con la proliferación patológica de la enseña rojigualda en los polos, camisas y pulseras de los asistentes, los zapatos castellanos, los "fachalecos", las peinetas, etc. Luego aparece algún defensor afirmando sin rubor que los toros son "transgresores", o el pregonero de este año, que se define como "católico, monárquico y taurino". ¡Toma ya! El aroma a rancio llega hasta mi casa (y por fortuna vivo lejos del coso).

Desde que la actual Corporación municipal de Gijón recuperó la feria taurina de Begoña, se nota mucho que los seguidores de aquella están muy "crecidos", basta ver el aluvión de entrevistas a aficionados, representantes de peñas, toreros y demás actores de este mundillo, así como la descarada campaña de "blanqueamiento" que se está ejecutando, promocionando los supuestos "valores educativos" que según los sujetos indicados tiene la actividad en cuestión. Será para formar buenos carniceros.

El valor, el arte, la tradición, son argumentos con los que se pretende maquillar la realidad de un mal llamado espectáculo que no consiste nada más (ni nada menos) que en acuchillar en vivo y en directo a una res. Simple y llanamente. El resto, el colorido, las luces, el ambiente, la parafernalia, es un mero disfraz.

A pesar de que no soy partidario de los toros y defiendo su paulatina desaparición, creo que la estrategia de los antitaurinos es equivocada. Las manifestaciones repetidas año tras año no conducen a nada y acaban convirtiéndose en algo meramente institucional, como lo que se monta el Primero de Mayo. Las "performances" tampoco sirven, ni mucho menos los insultos a quienes no piensan igual. Lo que se debería hacer, desde uno u otro lado, sería promover una recogida de firmas para que el Ayuntamiento, dentro de sus facultades establecidas por la ley, convocara una consulta popular para que el conjunto de la ciudadanía gijonesa decidiese sobre el mantenimiento o supresión de los festejos taurinos. Quizá así nos enteraríamos de si realmente somos tan taurinos como nos quieren vender.

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