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¿Desde cuándo la libertad, la tolerancia y la pluralidad son sinónimos de faltar, descarnadamente, al respeto?

21 de Agosto del 2025 - Carmen González Casal

¿Desde cuándo la libertad, la tolerancia y la pluralidad son sinónimos de faltar, descarnadamente, al respeto?

Contemplo, sorprendida y atónita, el linchamiento mediático originado tras las palabras en X del arzobispo de Oviedo, fray Jesús Sanz, el pasado 13 de agosto.

Palabras discutidas pero lanzadas en las redes de una sociedad tolerante, abierta y plural donde, a Dios gracias, se enarbola como bandera la libertad de expresión.

Pero, ¿qué libertad, qué tolerancia, qué pluralidad –me pregunto– cuando una tremenda avalancha de improperios, insultos, denigraciones, injurias, ofensas o agravios han salido en su contra cual venablos derechos a ocasionar una muerte sin piedad?

La respuesta en las redes a las palabras del arzobispo de Oviedo

¿No es desproporcionado que una palabra poco oportuna –«moritos»– reciba cientos, quizás miles, de palabros de igual o peor condición como reproche? ¿O es que cualquiera puede escupir cuando le dé la gana y llamar escoria, idiota, hijo de puta, gilipollas integral, xenófobo, racista, asqueroso fascista, repugnante, impresentable, trasnochado, faltón, mal encarado, hereje... a una persona, en este caso a un arzobispo? Porque no son calificativos que me invente, ¡no! Son algunos de los muchos epítetos que corren frívolamente por las redes sociales, dichos tanto por ciudadanos de a pie como por otros que detentan algún tipo de autoridad cultural, política, incluso religiosa, que interpretan el tan traído y llevado post.

¿Desde cuándo la libertad, la tolerancia y la pluralidad son sinónimos de faltar, descarnadamente, al respeto? Se puede discrepar o disentir, mostrar desacuerdo, pero sin agredir verbalmente, porque también en esto se pone de manifiesto la dichosa polarización, llegando a destruir con las palabras, no solo con las armas o la piqueta demoledora.

Asimismo, las palabras del Arzobispo hablan de otra realidad que se desconoce o desdeña. Me refiero a los ataques que sufren muchos cristianos a manos de musulmanes. Sin ir más lejos, la noche del pasado 13 de junio, 200 cristianos fueron masacrados, es decir, quemados vivos, asesinados a tiros y macheteados –según testimonios directos recogidos por la fundación Aid to the Church in Need (ACN)– en el Estado de Benue en Nigeria. Parece ser que se trata de la peor masacre que ha tenido lugar en la región, donde el repentino aumento de ataques lleva a sospechar que se trata de acciones coordinadas para obligar a toda la comunidad a abandonar la zona. ¿Acaso no es esto una barbarie contra personas que viven su fe y no se meten con nadie?

Termino, no sin antes aludir a un gesto que me gustó del tan denostado arzobispo de Oviedo. Fue hace poco, en el funeral del llorado Antonio Trevín. Quiso celebrar el funeral de su amigo, y removió la apretada agenda para acercarse a Llanes en la festividad de Santiago. Os dejo con estas palabras sinceras de D. Jesús que ese día nos dirigió en la homilía: «Conocí a Antonio a mi llegada a Asturias como nuevo arzobispo. En la ronda de visitas institucionales, también acudí a la Delegación del Gobierno, que en ese momento él dirigía. Recuerdo ese rasgo de bonhomía y de amable afabilidad que ayer y hoy tantos hemos podido describir como el perfil de este buen hombre que hacía fácil el diálogo franco, sincero el encuentro humano y respetuosa la legítima discrepancia… Admiré su pasión por la alta política desde su clave socialdemócrata, su juicio mesurado sobre las cosas y el respetuoso parecer ante los propios y adversarios. No siempre lo tuvo fácil». Cada quien, concluya.

Carmen González Casal es periodista y escritora

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