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El futuro no está escrito: pensiones y envejecimiento sin fatalismo

22 de Agosto del 2025 - José Viñas García (Oviedo)

Nos repiten a diario el mismo estribillo: la población envejece, nacen pocos niños, no habrá quien sostenga las pensiones. Un discurso en blanco y negro que, más que informar, asusta. Pero esa "profecía" esconde dos trampas: ignora lo que aportan los mayores y confunde una proyección con un destino inevitable.

Los pensionistas no son un peso muerto. Pagan impuestos, consumen, mantienen viva buena parte del mercado interno y, además, sostienen con dinero y cuidados a hijos y nietos. A lo largo de su vida laboral ya financiaron las pensiones de los que vinieron antes. Reducirlos a "carga" es un insulto y un error.

Y, ¿qué pasa con los niños? Rara vez se dice que hasta la mayoría de edad, y más allá en su formación, también son dependientes del sistema. La infancia no es "carga", se entiende como inversión. ¿Por qué la vejez no puede verse igual, como etapa de retorno, cuidado y consumo?

Las proyecciones demográficas muestran que la población activa se reducirá lentamente, que los mayores crecerán hasta mediados de siglo y luego disminuirán, y que la ratio de dependencia aumentará, pero no hasta el colapso. Eso no es destino, es tendencia. Y las tendencias se pueden moldear.

Ahí está lo que falta: inteligencia y creatividad. Políticas de natalidad que no sean cosméticas. Inmigración ordenada que sume en lugar de restar. Trabajo digno para mayores de 55 años en lugar de condenarlos al paro anticipado. Un sistema mixto de financiación que reparta el peso entre impuestos y cotizaciones. Y un nuevo concepto de jubilación, más flexible, más libre.

El envejecimiento no es la tumba del Estado del bienestar. Puede ser la oportunidad de reinventarlo. Lo que mata no es la demografía, es la falta de visión. El futuro no está escrito: se construye. Y en vez de llorar su llegada, deberíamos ponernos de una vez a diseñarlo.

Conclusión: El reto del envejecimiento es real, pero no irreversible ni terminal. Con políticas inteligentes puede afrontarse de manera sostenible. El verdadero riesgo no es el número de mayores, sino la falta de imaginación política para adaptar el sistema.

El error está en confundir una proyección con un destino inevitable. Porque el futuro, con inteligencia y voluntad política, puede modelarse.

En vez de llorar por lo que viene, es hora de diseñarlo.

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